sábado, 18 de mayo de 2013

Cuando Mussolini tocaba el Fender Rhodes


De la sección RARUM, de Cuadernos de Jazz, una joyit a de Jonio González

Romano Mussolini & His Friends
Soft & Swing

Romano Mussolini (Fender Rhodes), Cicci Santucci (tp, fisc), Roberto Zapulla (bat), Wilfred Copello (perc), Lino Ranieri (b el)
Milán, 1979

Grabación original en Carosello Records CLE 21045

Reeditado en 1996 por Right Tempo Classics RTCL 809 CD

Intente imaginar el lector que Adolf Hitler y Eva Braun tuvieron un hijo, que éste se dedicó al jazz, que obtuvo un éxito nada desdeñable, sobre todo en su país, que jamás abjuró de su padre, ni siquiera de sus actos. Sí, es mucho imaginar. Y sin embargo ocurrió algo similar con un dictador que poco tenía que envidiar a citado (si acaso algunas victorias con algo más de relumbrón): Benito Mussolini.  En efecto, el cuarto hijo de Il Duce, Giulio Romano, nacido en Forli en 1927, fue un entusiasta del jazz desde temprana edad, a partir del día en que su hermano Vittorio le regaló un disco de Duke Ellington: Black Beauty. Dado que en casa no eran precisamente afectos a esa suerte de degeneraciones musicales (aun cuando al parecer Benito encontraba simpático a Fats Waller), tuvo que conformarse con estudiar piano clásico. Ello no impidió que su afición creciera, en parte porque un oficial de la Wehrmacht lo proveía clandestinamente de discos llegados de Estados Unidos, en parte porque tuvo una segunda y definitiva epifanía al descubrir a Louis Armstrong, cuyos discos se conseguían por entonces en la Península con el italianizado nombre de Luigi Fortebraccio [sic]. Como quiera que sea, la vida del pequeño Romano se complica cuando su padre muere a manos de los partisanos, Italia pierde la guerra y él y su familia son deportados a Ischia. Las desventuras, no obstante, durarán relativamente poco. La amnistía de 1947 le permite dar rienda suelta a su pasión en night clubs y restaurantes de su ciudad de acogida con el nombre de Romano Full. Pronto, sin embargo, quienes lo contratan se dan cuenta de que su apellido original provocaría la curiosidad y hasta el morbo del público, que acudiría en mayor número a escucharlo, como en efecto ocurre. De modo, pues, que a finales de los años cuarenta encontramos a Romano (ya Mussolini) tocando con algunos de los músicos de jazz más importantes de la época en su país, como Carlo Loffredo, Enzo Scoppa y Dino Piana entre otros. El éxito va en aumento. En 1956 se presenta en el Festival Internacional de Jazz de San Remo; en 1963, al frente de los Romano Mussolini All Stars graba Jazz Allo Studio 7, que se convierte en un éxito de ventas y lo ubica en la élite del jazz italiano; acompaña a Dizzy Gillespie, a Duke Ellington, a Ella Fitzgerald, a Lars Gullin, a Louis Armstrong; graba y colabora profusamente con Chet Baker. Casado con Maria Scicolone (hermana de Sofia Loren), tiene tres hijas, una de las cuales, Alessandra, se convierte en una destacada militante de la extrema derecha neofascista y llega a obtener un escaño en el Parlamento Europeo por la formación que ella misma crea, Azione Sociale. Por cierto, el himno de la misma, Orgullo de ser italiano, es obra de nuestro hombre. Y es que Romano, como el imaginario hijo de Hitler,  jamás renegó de su progenitor (una foto de 1962 nos lo muestra ante el piano en compañía de su hermana Anna Maria y un recio retrato de Il Duce) . Para él las leyes raciales que impuso el Partido Fascista eran, en sus propias palabras, “muy humanas, pues permitían a los judíos que se hicieran católicos”. Y va más allá al sostener (casi proféticamente, si se piensa en Berlusconi) que “Mussolini y el fascismo sembraron las bases de la Italia moderna”.

En el aspecto puramente musical, Romano recibió la temprana influencia de George Shearing para convertirse, con los años, en una suerte de “Peterson melancólico”, como ha escrito el crítico Mark Steyn. Ocasionalmente inspirado y siempre eficaz, según nos recuerda éste, produjo algunos discos aceptables, entre ellos Last Lost Love, Pennies from Heaven, The Wonderful World of Louis o Napule E'Nu Quarto 'E Luna, dedicado a la ciudad donde vivió un tiempo alternando la carpintería con la música. En los setenta descubre el funk y la música brasileña y graba, en 1974, Mirage, donde toca el Fender Rhodes. Cinco años después, y delante también de un Fender, registra el presente disco, con seis composiciones propias más "Autumn Leaves" y "Minority", de Gigi Gryce. Música ligera, ejecución económica, una concepción del swing tan correcta como previsible, con una sección rítmica algo ramplona, estimables intervenciones de Santucci y un tema ciertamente agradable, Duke, que, con su atmósfera evocadora bien podría haber integrado el soundtrack de un film noir francés, como algún crítico ha señalado acertadamente, lo que no es poco. Sólo cabe preguntarse, quizá desde el prejuicio (quien esto escribe no lo niega), si ahora estaríamos reseñando este disco si quien lo grabó no hubiese ostentado tan ilustre apellido.

Romano Mussolini murió en Roma en febrero de 2006. A su funeral asistió la flor y nata de la extrema derecha italiana, y suponemos que algún músico de jazz.


jueves, 16 de mayo de 2013

Lo último que salió de Shorter


Diego Fischerman escribió en Página 12 del 15 de mayo la reseña del último disco de Wayne Shorter. Según se lee en la bajada: “En el año en que cumple 80, la leyenda jazzera se da el lujo de publicar un CD extraordinario, compuesto, mayoritariamente, por grabaciones realizadas durante la gira de 2011. De los nueve temas incluidos, seis son nuevos”.

 

Un talento que no tiene red


Es, sin duda, uno de los grandes músicos de la historia del jazz. Como saxofonista fue posiblemente el único capaz de procesar la influencia de John Coltrane y, a partir de ella, crear un estilo absolutamente propio. Y, como Coltrane, generó una escuela. Además, es el autor de temas seminales: “Pinocchio”, “E.S.P”., “Nefertiti”, “Masqualero”. Wayne Shorter dejó una huella profunda, como integrante de los Jazz Messengers del baterista Art Blakey o del Quinteto de Miles Davis a partir de 1968, en sus fundantes discos como líder para el sello Blue Note, en la década de 1960 (Juju, Speak No Evil, Etcetera, por sólo nombrar algunos), como miembro de Weather Report o como colaborador, ocasional o no tanto, de Milton Nascimento, Santana, los Rolling Stones y Joni Mitchell. Pero, además, en el año en que cumple 80 se da el lujo de publicar un disco extraordinario. No sólo un gran álbum de una leyenda, sino una obra de arte capaz de hacer justicia a su título: “Sin red”.

Without a Net se compone, mayoritariamente, por grabaciones realizadas durante la gira de 2011 por el notable cuarteto que integran, junto a Shorter, Danilo Pérez en piano, John Patitucci en contrabajo y el baterista Brian Blade. Con el mismo grupo (salvo el baterista) llegó ese mismo año a Buenos Aires y dio un concierto ejemplar. Ya había estado en 2006. Y el grupo, que se mantiene estable desde 2001, editó tres grandes discos para el sello Verve: Footsprints Live, Alegria y Beyond The Sound Barrier. Ahora, más allá del publicitado regreso a Blue Note (que, en rigor, es apenas un cambio de habitación dentro de la misma casa, ya que tanto este sello como el anterior pertenecen hoy a la misma compañía, Universal), lo realmente importante es la creatividad, el riesgo, la calidad de ejecución y la originalidad de la música.

De los nueve temas incluidos, seis son nuevos y uno solo, “Pegasus”, una suerte de poema sonoro de 23 minutos de duración que incluye al quinteto de vientos Imani Winds, fue grabado en estudio. Allí, a los siete minutos, aproximadamente, a una de las integrantes del grupo de cámara se le escapa, al escuchar a Shorter, un sonoro “Oh My God” que Roy Griffin, el ingeniero de sonido, decidió dejar. De las obras más antiguas, dos son del propio Shorter, “Orbits” (del disco Miles Smiles, de Davis) y “Plaza Real” (de Procession, de Weather Report), y son leídas desde lugares totalmente distintos de los originales. El otro tema reinventado aquí por el cuarteto es “Flying Down To Rio”, del film musical de 1933. “Pegasus” funciona como una especie de centro alrededor del cual gira el resto. Sin embargo, a pesar de las diferencias evidentes en el timbre y las texturas (más homofónicas en la escritura para el Imani), tanto en esta obra como en las piezas más breves la forma nada tiene que ver con las tradicionales improvisaciones sobre secuencias de acordes ni, tampoco, con el free jazz más institucionalizado. Se trata, más bien, de epígrafes, de pequeñas inmersiones en ríos sonoros donde cada instrumento puede entrar o salir y en los que no hay otra guía que la propia interacción de los músicos. Shorter suele recordar la época con Davis diciendo que “no ensayábamos; ¿cómo podría ensayarse lo inesperado?” Aquí demuestra que ese espíritu sigue vigente. Con certeza, ésta no es la obra de alguien que revisita su historia, sino la de alguien que, para bien de todos, aún está escribiéndola.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Melancolía porteña de la mejor


En el diario Página 12 del día de hoy, Diego Fischerman publicó el siguiente comentario sobre Goodbye, el último disco solista de Adrián Iaies, editado por Rivorecords.

La música en estado puro

No hay una sola respuesta posible. La de Adrián Iaies, no obstante, podría ser una de las más lógicas. O, por lo menos, lo es en sus manos. Ante la pregunta sobre qué cosa podría ser el jazz porteño, su hipótesis se ha ido concentrando y perfeccionando a lo largo de los años. Y si en un momento el género de los materiales sobre los que trabajaba, es decir unos tangos cuidadosamente elegidos, resultaba esencial, hoy lo que define su estilo –y por extensión uno de los estilos posibles de la música de esta ciudad– es algo que está más allá. Y, por si hiciera falta, lo explicita en su último disco, tal vez uno de los mejores de su carrera y, sin duda, uno de los más significativos del jazz de los últimos años.

Allí no hay tangos. Tampoco esas otras canciones de iniciación –Charly García, Joan Manuel Serrat– que el pianista revisita con singular fortuna. Si hay algo que pueda ser llamado argentinidad o, tal vez, porteñismo, no reside en nada de lo evidente. El disco, llamado Goodbye y publicado por Rivorecords, está dedicado a standards, es decir temas clásicos del jazz. La originalidad y el buen gusto con los que fue elegido el repertorio –baladas, de autores como Mal Waldron (“Soul Eyes”), Benny Golson (“Whisper Not”) o Gordon Jenkins (“Goodbye”)–, son, sin duda, un punto de partida. Pero lo notable es lo que Iaies hace con él. Y la manera en que se deja atravesar –y deja atravesar a las piezas elegidas– con la más profunda de las melancolías. Un tono neblinoso y difuminado que, más allá de cualquier genealogía improbable, suena inevitablemente a Buenos Aires.

Introspectivo hasta el extremo, ascético hasta el abismo, Goodbye logra un virtuosismo apabullante en su renuncia a cualquier exhibición virtuosa. Se trata, tan sólo, de alguien extrayendo sentido a cada nota, a cada articulación, a cada de-sarrollo, a las exquisitas secuencias de acordes. No hay notas que sobren porque no hay sonidos que obedezcan a otra cosa que una íntima necesidad de comunicación. Es, ni más ni menos, música en estado puro. Y parte del encanto tiene que ver con el disco en sí, con la presentación, con la excelente toma de sonido (y el bellísimo piano Fazioli con que fue realizada), en uno de los salones de Aguaribay y con Néstor Stazzoni y el sabio Carlos Melero como ingenieros de grabación, y con el cuidado en la producción.

Rivorecords, una de las mejores noticias en el mundo del jazz local, ha logrado, en su hasta ahora breve existencia, generar un catálogo de rara homogeneidad. Con un par de preceptos sencillos –grabaciones sin artificios y de calidad inusual, respeto por las estéticas de los artistas y por un objeto en el que todo cuenta, desde el sonido hasta la tapa y el diseño– este sello dedicado a discos de músicos de jazz argentino puestos ante el desafío de tocar standards, cuenta con varios CD notables y con mucho del mejor jazz argentino actual. Iaies, uno de los artistas más prolíficos del medio local –y también uno de los más meticulosos a la hora de dierenciar unos proyectos de otros y de hacer que cada nuevo disco sea, además, novedoso–, logra hacerlo, en este caso, con las armas más sencillas y, también, las más esquivas. Aquellas que sólo encuentran algunos buscando dentro de sí.