viernes, 31 de enero de 2014

Lo mejor del 2013: una opinión de Jonio González

Esto que sigue es lo que contestó Jonio González, requerido por Cuadernos de Jazz, resumiendo como crítico lo más significativo de 2013.


CINCO DISCOS

Magic 101: Frank Wess (IPO)
Free Flying: Fred Hersch y Julian Lage (Palmetto)
The Sirens: Chris Potter (ECM)
Without a Net: Wayne Shorter (Blue Note)
Jazztet. The Complete Sessions: Art Farmer/Benny Golson (Jazz Dynamics)

Se nos pide que elijamos cinco títulos, y el que resulte difícil decidirse ya es una buena señal. Para empezar, optamos por las reediciones, y dejando a un lado, no sin un esfuerzo considerable, The Complete Jazz Lab Sessions (Jazz Dynamics), The Jazz Workshop Concerts 1964, de Charles Mingus y The Clifford Brown & Max Roach EmArcy Albums (Mosaic, en los dos casos), nos inclinamos por Jazztet. The Complete Sessions (Jazz Dynamics), y lo elegimos, fundamentalmente, como un homenaje al gran Benny Golson, uno de los últimos grandes clásicos del jazz. En cuanto a lo publicado a lo largo de 2013, la lista (opinable y frustrante, como toda lista) incluye Magic 101, de Frank Wess; Free Flying, de Fred Hersch y Julian Lage;The Sirens, de Chris Potter, y Without a Net (Blue Note), del cuarteto de Wayne Shorter, a excepción del disco de Wess, no necesariamente en ese orden.

Las razones de esta selección son múltiples y resumirlas no resulta sencillo. Digamos que el de Wess (que murió en 2013) es un gran disco de jazz a secas (y uno de los mejores de su autor), sin etiquetas, emotiva, atemporal y técnicamente impecable de uno de los grandes saxofonistas y, sobre todo, flautistas de la historia de esta música. Por su parte, el registro de Hersh y Lage constituye un hermoso ejemplo de compenetración e invención conjunta, un camino de Bach al tango pasando por la música brasileña recorrido con un único vehículo: el jazz. En cuanto a Potter, consigue apartarse, a pesar de la rítmica, de ciertas tiranías del "sonido ECM" (las mismas que han malogrado el último registro del prometedor Aaron Parks) y se muestra abrasivo, potente como pocas veces, próximo a Rollins y al mismo tiempo muy seguro de sí. Un Shorter incombustible, por fin, hace una suerte de repaso de su vida artística, revisita a Weather Report y Miles Davis y nos ofrece en Pegasus veintitrés minutos de atemperada pasión y, todavía, búsqueda.

ACONTECMIENTO, NOTICIA…
De los innumerables sucesos que debieron de ocurrir, y sin duda ocurrieron, en el ámbito del jazz, dos son dignos de destacar, por motivos subjetivos, ante todo, y por más de una razón objetiva. El primero de ellos fue la presencia en el Jamboree de Barcelona de Lou Donaldson, una de las pocas leyendas vivientes del jazz. Si bien lleva años repitiendo el mismo concierto y tocando prácticamente los mismos temas, Donaldson supo transmitir espontaneidad, dio una auténtica lección de swing, imaginación y precisión, y demostró poseer todavía una potencia sorprendente para sus ochenta y siete años. El otro acontecimiento ha sido la reedición (por la editorial Gauderio, de Buenos Aires) de Memorias de un ladrón de discos, de Carlos Sampayo. Y lo ha sido porque no existe ningún libro similar en castellano y muy pocos en otras lenguas. En él la música no es mera ilustración, como podría serlo en un Nick Hornby, o el motivo principal de la escritura, como en Boris Vian o Philip Larkin, no sólo acompaña, sino que forma parte de cada acontecimiento,  cada recuerdo, cada evocación, convirtiéndose en una con la vida. Sampayo demuestra así una rara maestría para conjugar erudición, anécdota, análisis, testimonio y memoria, para trazar el retrato de un músico y a continuación, si no simultáneamente, explicar o intentar entender qué senderos ha tomado y hacia dónde se encamina su propia vida. Un libro imprescindible para cualquier amante del jazz y de la buena literatura.

ARTISTA DEL AÑO

Si en algo es rico el jazz de unos años a esta parte es en promesas. La mayoría de ellas desaparecen con el tiempo, o continúan siendo promesas: en las últimas encuestas de DownBeat (agosto de 2013) continúan apareciendo como rising stars músicos tan contrastados como Donny McCaslin, Myron Walden, Bill McHenry, Aaron Goldberg o George Colligan. No obstante ello, lo cierto es que hay nombres que merecen una especial atención. Me inclino, a tenor de sus más recientes discos, por cuatro pianistas: Christian Sands, Gerald Clayton, Aaron Diehl y Marc Cary (los registros de los dos últimos, The Bespoke Man's Narrative, en Mack Avenue, y For the Love of Abbey, en Motéma Music, respectivamente, merecen figurar entre lo mejor del año). En todos ellos encontramos la convicción de los clásicos: en Cary un dominio modélico del ritmo y la energía, en Clayton (de quien todavía recordamos el excepcional Two-Shade, EmArcy) una aguda inteligencia para tender puentes entre la modernidad y la tradición, y en Sands y en Diehl una virtud que las nuevas generaciones parecen haber olvidado: la elegancia. No fueron las únicas "estrellas nacientes" que se afianzan con cada disco: el siempre interesante Orrin Evans (It Was Beauty, Criss Cross), Giovanni Guidi (City of Broken Dreams, ECM) y el vibrafonista Warren Wolf (Wolfgang, Mack Avenue) también aportaron obras sumamente recomendables. Muchos grandes músicos nos dejaron en este 2013, es cierto, pero al parecer existe recambio suficiente (si el genio, la suerte y la "prepotencia de trabajo", que diría Roberto Arlt, acompañan) para mantener viva la llama.

martes, 28 de enero de 2014

Barbie Martínez y Georgina Díaz entrevistadas por Diego Fischerman

Diego Fischerman publicó la siguiente doble entrevista con Barbie Martínez y Georgina Díaz en la edición de Página 12, del domingo 26 de enero. La bajada de la nota dice: “Ambas vocalistas son la punta de un fenómeno nuevo en la escena jazzera porteña: una camada de artistas capaces de imprimir su personalidad a un repertorio histórico y de lograr verdaderas alianzas creativas con los mejores instrumentistas locales”.

“Somos evangelistas del jazz vocal”

Las dos cantan. Las dos cantan desde pequeñas y, para ambas, hubo una figura determinante: el padre para una, un abuelo para la otra. Las dos cantan jazz. Ambas son esencialmente distintas, en voz y en estilo. Pero tienen, sin embargo, mucho en común. Abordan el género desde un estudio profundo. Son la punta de un fenómeno nuevo en Buenos Aires: una camada de artistas genuinas, capaces de imprimir su personalidad a un repertorio histórico, de elegir con inteligencia qué y cómo lo interpretan, y de rodearse con los mejores instrumentistas y lograr con ellos verdaderas alianzas creativas. Una, Barbie Martínez, fue maestra de la otra, Georgina Díaz. La primera resume contando que lo que hace es “cantar jazz todo el día, todos los días”. La segunda es aún más radical. “Somos evangelistas del jazz vocal”, dice.

Martínez publicó este año su tercer disco, el excelente Walkin. Allí se lucen los arreglos de uno de sus colaboradores más fieles, el saxofonista Carlos Lastra, y el grupo está integrado por Leo Cejas en contrabajo, Sebastián Groshaus en batería y Enrique Norris en corneta. Entre los autores que revisita están Monk, Cole Porter, Bill Evans y los nada obvios Horace Silver y Mary Lou Williams (en inmejorables versiones de “Peace” y de “Walkin’”, respectivamente). Y su credo aparece nuevamente en una frase aparentemente sencilla: “Cualquier tema que tenga letra algo está diciendo”. Díaz, que acaba de publicar su primer álbum –Suddenly, con un grupo de gran nivel bautizado The Mornings– recuerda entonces una anécdota del saxofonista Ben Webster. “Una vez, en una grabación, de repente, paró de tocar. ‘¿Qué pasa?’, le preguntaron los que estaban tocando con él. ‘Si lo que estabas tocando era fantástico’. Y el contestó: ‘Es que me olvidé la letra’. Webster, que tocaba el saxo, no podía tocar su solo si no tenía presente las palabras de la canción.”

Alcanzaría con “Anita’s Blues”, de Anita O’Day, o con la extraordinaria “Si me enamoro (‘Love and deception’)”, de Sergio Mihanovich, o con la inte-racción que pone en juego The Mornings (Rodrigo Agudelo en guitarra, Damián Falcón en contrabajo y Sebastián Groshaus en batería, más dos invitados de lujo, Francisco Lo Vuolo en teclados en cuatro de los temas y Carlos Michelini en saxo alto en tres) para considerar a Suddenly un gran disco. Y Georgina Díaz habla sobre la conexión íntima con cada pieza: “Hay que ver qué de la vida de uno canta una canción”. Al mismo tiempo, las dos saben –y ponen en práctica– que lo que hace que se trate de jazz y no de otra cosa es el tratamiento que sean capaces de darle. Ambas, por otra parte, dan a su músicos un lugar preponderante. “Escuchamos a los músicos. Tratamos de que nuestra personalidad esté al servicio de lo queremos cantar y no al revés.” Martínez cuenta que no sólo escuchan cantantes. “También, mucho, instrumentistas de viento. Porque para ellos, como para nosotras, el instrumento expresivo es el aire. Y el fraseo.” Define, taxativa: “No nos interesa el rol de la cantante a la que los músicos acompañan. Tratamos de que haya interacción. Queremos ser un músico más del grupo”. Y, hablando del estilo, precisa: “Las variaciones rítmicas y melódicas unidas al sentido; hay una tensión entre los desarrollos que una hace y lo que la canción ya es. Ese es el juego”. Y es casi imposible pensar que ella, que es traductora de inglés, no tiene en cuenta, en ese momento la palabra “play” y su doble sentido: jugar e interpretar.

Barbie Martínez dice que el secreto –o su secreto– es “someter lo rítmico a exploración, a experimentación”. “Se encuentra un fraseo que es propio, un ritmo que es como el habla de cada uno. Y nadie habla exactamente igual que otro. Cada persona tiene su fraseo.” Díaz, por su parte, comenta: “La relación con la letra de la canción siempre es interesante. Por empezar, no todos los textos son iguales; los hay muy densos, profundos, y los hay más livianos. Pero eso no significa que, necesariamente, una vaya a cantar siempre rápidas las canciones con textos livianos y siempre lentas las canciones cuya letra es más compleja. Se puede jugar con eso. Se puede ir a favor o se puede ir en contra. Lo que no se puede es ignorar ese mensaje que la canción ya trae consigo”.

El padre de Georgina Díaz cantaba boleros. Y ella cantaba con él. Y aprendió después a tocar la guitarra para acompañarse. Y escuchó una vez a Ella Fitzgerald y Louis Armstrong. Y entró en un mundo del que ya no quiso salir. Barbie Martínez cantaba con su abuelo. También para ella el jazz fue un descubrimiento tan fortuito como definitivo. “Una profesora me hizo escuchar distintas canciones, de distintos géneros, a ver qué me interesaba. Cuando escuché la canción de jazz, sentí como un relámpago. Eso era lo que yo quería cantar.” Ambas hablan de la técnica; se confiesan fanáticas del estudio y del método, pero, al mismo tiempo, saben que allí no está más que el principio. “Sí, la técnica”, dice para sí Georgina Díaz. “Pero no es todo. Hay montones de cantantes que no son impecables y sin embargo están diciendo una verdad. Rubén Juárez, por ejemplo. Es Dios. Hay algo que transmite; que no puede dejar de transmitir. Y ésa es la función del arte, ¿no?” Barbie Martínez, entonces, completa: “El jazz necesita que uno reinvente una canción cada vez. Y que se reinvente a sí mismo, todo el tiempo. Hay una parte pensada, consciente, que tiene que ver con buscar el lenguaje, el estilo. Con estudiar e identificar las herramientas. Saber no tanto el nombre de cada cosa como el efecto que logra. Pero con eso sólo no se hace nada. Se trata, además, de ser abierto, honesto y poco pretencioso. De no olvidar el aspecto creativo. Y de saber que si uno no cree que está diciendo una verdad, nadie va a creérselo”.


lunes, 27 de enero de 2014

Steve McQueen y el jazz, vía una foto de Jim Marshal, y otra de John Dominis

Publicada en enero en la edición digital de Cuadernos de Jazz, la siguiente nota de Jonio González revela una vez más lo útiles que suelen ser los datos inútiles.

Contrastes: dos fotos 

FOTO: Jim Marshall
Hace un par de días el azar me puso ante un claro ejemplo de serendipia: buscando un archivo de trabajo, topé con una foto que ni recordaba tener archivada.  En ella aparecen Miles Davis y Steve McQueen en el backstage del festival de Monterey de 1963.


Su autor es Jim Marshall, responsable de algunas de las imágenes más conocidas, y hasta icónicas, de Allen Ginsberg, Jim Morrison, Janis Joplin, Bob Dylan, Otis Redding, Jimi Hendrix, John Coltrane o el propio Davis, en su serie sobre un cuadrilátero de boxeo. Pues bien, en ese festival de Monterey participaron Thelonious Monk, Dizzy Gillespie, Gil Evans, Gerry Mulligan, Jack Teagarden (conmovedora por su espontaneidad la foto en que aparece con su madre, Mama T, y sus hermanos Norma y Charlie) y Harry James, entre otros muchos, y todos fueron inmortalizados por el ojo avizor de Marshall, incluido, una vez más, Davis.  (Éste se presentó con su quinteto, formado por Herbie Hancock, Ron Carter, Tony Williams y un recientemente incorporado George Coleman, con el que interpretó standards como "Autumn Leaves" y "Stella by Starlight", composiciones propias como "The Theme" y "So What", y temas que acabó haciendo suyos, como "Walkin'", según puede escucharse en el disco lanzado en 2007 por Monterey Jazz Festival Records).

Por entonces esta clase de festivales todavía concitaba la atención de la prensa no especializada y la consiguiente presencia de famosos, en la presente ocasión, como da testimonio Marshall, Kim Novak o el citado McQueen, por lo que cabe suponer que aquellos no tenían por qué ser grandes aficionados al jazz para dejarse ver o, más bien, mostrarse, como hizo el hasta un par de años antes intérprete del cazarrecompensas Josh Randall con el músico más cool del momento.

Como actor,  Steve McQueen había tenido, y tendría, una cierta relación con el jazz a través de la banda sonora de varias de las películas en que trabajó y trabajaría. La primera evidencia más o menos clara de ello la encontramos en Soldier in the Rain (Ralph Nelson, 1963),  compuesta por Henry Mancini y que éste revisitaría en 1972, conjuntamente con Doc Severinsen,  en Brass on Ivory.  En ella el jazz es más forma que contenido, ilustración sonora al uso de ciertas situaciones. La huella se ahonda un poco más en la banda sonora de Bullit (Peter Yates, 1968), obra de Lalo Schifrin: excitante, sugestiva, muy de la época y acertadamente descriptiva, está interpretada por maestros como, entre otros, Bill Perkins, Bud Shank, Howard Roberts, Ray Brown y Plas Johnson (estajanovista en toda regla que ha puesto el poderoso y aterciopelado sonido de su tenor al servicio de ilustres como Frank Sinatra, Marvin Gaye, Peggy Lee, B. B. King o Steely Dan y a quien todo el mundo conoce, sin conocerlo, por interpretar el tema principal de La Pantera Rosa, de Mancini). Schifrin había sido responsable asimismo de la banda sonora de El rey del juego(Cincinnati Kid, Norman Jewison, 1965), plena de espíritu neoerlandés, interpretada por la voz de Ray Charles y maestros de la talla de Al Porcino, Bill Holman, Justin Gordon, Stan Levey, Victor Feldman o la Preservation Hall Jazz Band con Emma Barrett al piano. Destaca en especial un tema, "New Orleans Procession", que Schifrin hará reaparecer en composiciones como "Dialogues for Jazz Quintet and Orchestra" (1965), "La Nouvelle Orléans" (1987) y "Portrait of Louis Armstrong" (1993).

De 1968 es también El affaire de Thomas Crown (Norman Jewison), con música de Michel Legrand y una canción, The Windmills of Your Mind (interpretada por Phil Woods y cuyas dos primeras líneas melódicas fueron tomadas del segundo movimiento de la "Sinfonía concertante para violín, viola y orquesta "K 364, de Mozart), que se convertirá en un éxito del pop en las voces de Dusty Springfield, Petula Cark o Neil Diamond (más un largo etcétera que va de Fausto Papetti a Kiri Te Kanawa pasando por los Vanilla Fudge) y así como en un standard del jazz, como lo demuestran las versiones de Bud Shank, Oscar Peterson (ambos en discos homónimos de 1969 y 1971 respectivamente), Toots Thielemans (en Chez Toots, de 1998) o Paul Motian en su último disco, homónimo también, de 2011, acompañado por Bill Frisell, Thomas Morgan y Petra Haden. Legrand repetiría con la banda sonora de Le Mans (Lee H. Katzin, 1971), para muchos críticos quizá su mejor trabajo para el cine. Ciertamente, el músico parisiense estuvo particularmente inspirado (bella y sugestiva "A Face in the Crowd", de la que existe una muy recomendable versión de Scott Walker) y dio más libertad que en otras ocasiones a su vena jazzística, gracias sin duda a que contó tras los atriles con nombres como los de Jean-Luc Ponty, Shelly Manne o Pete Candoli.

Todas estas bandas sonoras, en especial la de la citada Bullit, respiraban jazz en mayor o menor medida, así como señales de cierta fusión que en el cine eclosionaría en plenos años setenta. Un buen ejemplo de ello lo encontramos en la música compuesta por Quincy Jones para La fuga (The Getaway, Sam Pekinpah, 1972), en cuyo tema de amor ("Fareway Forever") suena la armónica de Toots Thielemans y entre el órgano de Eddie Louis y la flauta de Hubert Laws destaca el saxo alto de Phil Woods.

FOTO: John Dominis
Y hasta ahí parecía guardar relación con el jazz la foto de Steve McQueen con Miles Davis en el backstage del festival de Monterey de 1963. Pero hete aquí que ese mismo año la revista Life envió a su reportero gráfico John Dominis a registrar, durante tres semanas, la vida cotidiana de McQueen y su esposa de entonces, Neile Adams, en la casa que ambos tenían en Palm Springs, California.  Y hete aquí asimismo que en una de esas fotos, con el tiempo también icónicas, aparece el actor, rodeado de vinilos, poniendo un elepé en un tocadiscos portátil. Una observación atenta de esos vinilos nos revela la presencia de Kind of Blue y Sketches of Spain, de Miles; Atomic Basie y, casi con seguridad, An Historical Musical First, de Count Basie con Sinatra; My Favorite Things, de John Coltrane, casi oculto a la izquierda de la imagen; Meet the Jazztet, de Art Farmer y Benny Golson; posiblemente el de Sonny Rollins con el Modern Jazz Quartet en el Music Inn...  Todos estos títulos delatan a un aficionado con cierta experiencia, con gustos trabajados en una escucha que imaginamos más atenta e inquisitiva que la media (y ahí está, para demostrarlo mejor que cualquier otro, el vinilo del Jazztet, el primero de este grupo).  Es pura especulación, por supuesto, pero si se unen ambas fotos se abre cierta puerta hacia el alma de un actor del que yo al menos lo ignoraba todo salvo su indudable encanto ante las cámaras y su adicción a la adrenalina.  Un alma a la que el jazz quizá ayudara a aplacar ciertos tormentos arrastrados desde la infancia o simplemente se sintiera plena ante la belleza de la música.

sábado, 25 de enero de 2014

Juan Sasturain escribe sobre Kenny Dorham

El 20 de enero pasado, el escritor Juan Sasturain publicó la siguiente contratapa en el diario Página 12. Trata sobre Kenny Dorham y se reproduce a continuación.

Algo con Kenny

Durante un par de semanas –las primeras de enero, más precisamente– estuve si no obsedido al menos ocasionalmente empecinado en recordar un nombre. A veces uno tiene clarísima la cara de un actor secundario de los westerns de John Ford siempre de uniforme azul, o la imagen recortada en la vieja figurita Starosta de un full back de Atlanta y el nombre –que uno sabe o supo (que no es lo mismo)– no aparece. Suenan vocales sueltas, acaso una consonante inicial, pero el apellido se niega.

En este caso se trataba de un trompetista admirable del que no tenía música a mano ni quería consultar por Internet o al gordo Sampayo o a Gari para sacarme la duda –no exactamente la duda: era cuestión de encontrar el cajoncito donde estaba escondida la ficha–, ponerle nombre a mi memoria de sonido y de pinta. Cuestión de orgullo, desafío íntimo.

Lo tenía bien escuchado y admirado porque atraviesa toda la época que más me gusta y disfruto de la música contemporánea, aunque ya no tan contemporánea como antes, si cabe: el jazz instrumental desde el surgimiento del bop, a mediados de los ’40, hasta que el free enrarece demasiado el discurso, lo histeriza, en los primeros ’60. Este trompetista flaco, algo desgarbado, que recordaba metido en pilchas holgadas y de invierno en una foto parisina (¿con Parker, con Dameron?), se me negaba de memoria. Datos: había entrado de pibe en el quinteto de Charlie Parker cuando en el ’48 se fue Miles Davis, tenía un sonido en apariencia chico y amable; después había tocado con Max Roach cuando se murió el precipitado Clifford Brown –siempre en el banco, el olvidado: mejor primer suplente o como digan los de la NBA– y también había sido ladero de Rollins por esos mismos años ‘50. Como Fats Navarro o el fugaz Tony Fruscella, era un estilista no pirotécnico, no tocaba fuerte y rápido como sólo Gillespie lo hizo bien y con talento –y tantos otros muchos al pedo– sino que decía, contaba lo suyo con buen gusto y convicción. Pero cómo carajo se llamaba este muchacho...

Pude, varias veces, en momentos de casi revelación inminente, estar seguro de un diminutivo en el nombre y de un apellido corto, rítmico, con una “a” dominante. No más de cuatro sílabas en total, seguro: taca-taca. Pero no había forma de entrarle. Tuve momentos jodidos en los que me revolví durante horas en el asiento impiadoso de un micro de larga distancia que funcionó casi como potro de tortura mientras trataba de exorcizar al tácito demonio del olvido. Y no hubo forma. Dos semanas pasaron.

Hasta que se produjo lo que me animo a llamar mi pequeña epifanía. De vuelta ocasional y disfuncional a Hot Baires por un par de días, solo y cagado de calor como el mejor, me zambullí al mediodía en un lindo comedero a la vuelta de mi casa y pedí del menú el bife de costilla con papas fritas, con un vaso de blanco y hielo, por favor. Y valen los detalles, porque hay algo de conjunción formal en todo esto. Estaba leyendo Los tallos amargos de Adolfo Jasca, vieja novela con intriga policial de la que me había hablado bien mi amigo Alvaro Abós con su habitual medido énfasis. Disfrutaba la historia y tarareaba mentalmente –o silbaba de memoria– “Algo contigo”, el mejor bolero del mejor Chico Novarro entre bocado y traguito, cuando volví casi insensiblemente a mi obsesión y duré –esta vez– sólo segundos: Kenny Dorham. Me reí solo: Kenny Dorham, claro que sí. Ahí nomás escribí el nombre y apellido del escurridizo trompetista en la tapa del libro forrado de papel madera y me quedé sonriendo como un imbécil, de tan feliz, ante el plato con la costilla casi pelada y tres papas atónitas. Pedí un almendrado de premio.

Cuando volví a casa, busqué el único CD que tengo con Kenny de titular –una recopilación pirateada alemana: Solid, de 2002–, en el que hay cosas con el cuarteto de Parker del ’49, con Monk, con su propio grupo, con los Messengers. Una muestra de cinco años brillantes. Ya lo había estado escuchando largamente, sobre todo porque había cosas que tenía sólo ahí. Y lo disfruté, hasta que llegué al décimo tema, una golosina masticable para su trompeta casi solitaria con Bishop al piano, y el lujoso sostén de Percy Health en el bajo y el otro Kenny, Clarke, en la batería: “Be my Love”, de Brodszky y Sammy Cahn –leí en el papelito adjunto–, una balada maravillosa. Tarareable. Tan tarareable como “Algo contigo”, tanto que parecía una versión arreglada del gran bolero de Chico. No lo podía creer.

La puse de nuevo. Maravillosamente parecidas en el arranque, las dos primeras frases se evocaban mutuamente. Después, la balada de Brodszky iba levemente para otro lado, pero la controlada libertad improvisadora de Kenny hacía que la melodía esbozada citara una y otra vez el arranque del bolero, me diera –deslumbrado– la clave subconsciente del porqué, ante a mi bife con papas y con “Algo contigo” en mente, la cajita que guardaba el nombre del negro desgarbado de la trompeta dócil y expresiva, volviera a mí. Qué bárbaro.

Lo que siguió fueron detalles de verificación. Me enteré bien –Google dixit– del éxito del tema, proveniente de una comedia musical cuyas canciones escribieron esos dos genios del género, en los ’50; me atosigué con la versión que vendió miles de millares (sic) del tano Mario Lanza, tenor de madera que Hollywood encastró por esos años en el elenco de engendros como Serenade, una obra maestra de James Cain hecha un asco en colores. Y hasta ahí llegué.

Ojalá que la próxima vez que no me acuerde del nombre de un personaje de Rozenmacher, de un cantor de Miguel Caló o de la delantera completa del Argentinos Juniors del ’60, en lugar de amargarme desmoralizado por el avance de la vejez, o lo que sea que se viene tan temido, intuya que todo pueda ser sólo un atajo que me lleve hacia la revelación de algún tipo de conjunción o cruce creativo. Y me lleve a disfrutar de maravillas como la música de Kenny Dorham, que era lo que queríamos demostrar.


lunes, 20 de enero de 2014

Disquerías de Dublín

Como es su costumbre, Guillermo Hernández lo mandó a Jorge Fondebrider a que le consiguiera cosas en Europa porque, a partir de las restricciones impuestas por su tocayo Moreno, la vida en Merlo se le hace más difícil. Así que un día, cuando Fondebrider entraba a Minton's, en su estilo de siempre le dijo: "Me dijeron que en la central de Guinness, en Dublin, hay una oferta de cerveza. Si comprás un pack de 6, tenés dos botellas gratis. Andá y comprame dos packs",  Diligente como siempre, Fondebrider fue a Dublín y, hecho el trámite en la St James's Gate Brewery, decidió justificar el resto de su tiempo en Irlanda visitando disquerías.

Conocedor de la ciudad, Fondebrider se dirigió primero a Tower Records, prácticamente la única disquería en actividad de esa cadena hoy desaparecida (en realidad, en la misma Dublin hay otra filial que ocupa el segundo piso de la librería y papelería Easons, ubicada casi al principio de O'Connell Street, en el lado norte de la ciudad).

Ahora bien, cuando Fondebrider llegó a Grafton Strret, que es la peatonal principal que hay en el lado sur de Dublín, yendo en el sentido que baja al Trinity College y al río Liffey, dobló a la izquierda en Wicklow Street y entró a buscar ofertas porque, si  algo caracteriza a la Tower de Dublin, son los saldos. Pero a no confundirse: quien busque discos de jazz en Irlanda está listo. Hay, pero pocos. Lo que uno va a encontrar es fundamentalmente rock, folk, rhythm & blues y soul (porque, como dice el personaje de la novela The Comitments, de Roddy Doyle, "los irlandeses son los negros de Europa"). También country, una enfermedad que padece este noble pueblo y que resulta muy difícil de explicar.

Acumulada una buena pila, Fondebrider se dirigió a la caja y allí descubrió que no todo era jauja. Había allí un cartel que decía que se mudaban, que la disquería, a partir del 14 de febrero de 2014 se mudaba a Dawson Street, apenas un par de cuadras del otro lado de Grafton Street. En fin, pensó, no sin melancolía y recordó unos versos de Ricardo Soulé que rezan: "Todo concluye al fin, etc."



Sin desanimarse, Fondebrider siguió por la misma calle hasta toparse con una disquería secreta que un amigo le había revelado en un viaje anterior. Se trata de Freebird Records, ubicada en The Secret Book & Records Store, en el 15 de Wicklow Street. Después de atravesar un largo pasillo, se llega a la librería en cuestión (que no está nada mal) y en el fondo está la disquería.



¿Qué puede comprarse allí? Bueno, algo de jazz, sí, mucho blues, rock, pop, rhythm & blues, soul y otra vez, country, una enfermedad que padece este noble pueblo y que resulta muy difícil de explicar.

Hay un espacio para discos nuevos, pero también bastante usados. La disquería, además, vende todo tipo de parafernalia a propósito de sí misma: posters, remeras, tazas de café, etc.

Todavía un poco más abajo está la George Street .Arcade, una suerte de pasaje comercial construido por arquitectos ingleses en estilo victoriano, abierto en 1881 y destruido por un incendio en 1892. Luego de ser reconstruido volvió a abrir sus puertas en 1896. Funcionó como mercado hasta que, en 1992 se le dio un lavado de cara y se adaptaron sus funcionalidades. Hoy es algo así como una galería Bond Street, pero más limpia. Hay de todo: varios restaurantes al paso, peluquerías, negocios de ropa, de perfumes, de velas y dos disquerías de usados. Una de ellas, Trout Records, presenta una gran variedad de discos de todos los géneros, jazz incluidos, sin olvidar los de country, una enfermedad que padece este noble pueblo y que resulta muy difícil de explicar.

Hay otras varias disquerías en esta parte de la ciudad. Son de ésas aparentemente sofisticadas, con pocos discos, sólo para entendidos con aspecto de estar en la pomada, sin que uno sepa muy bien en qué consiste la pomada. Digamos que en una se pueden encontrar todos los discos de los Dirty Projectors (sobre todo los de la etapa menos comercial de la banda) y, al lado, un disco de The Carpenters. ¿Cuál es la relación? No tiene importancia. Uno está afuera.

La brevísima recorrida por las disquerías de Dublin no puede concluir sin la obligada mención de las que hay en Temple Bar, el barrio de onda de la ciudad, donde están los restaurantes, los pubs para turistas, los estudios de grabación de los músicos, algunos albergues para jóvenes y afines.

Ahí están Borderline Records, All City, Big Finder Records, City Records y muchas otras casas igualmente minúsculas donde uno consigue exactamente lo mismo que en cualquier otra disquería europea donde se venda de todo menos jazz. Sin embargo, vale la pena detenerse en Claddag Records. Ubicada en el 2 de Cecilia Street, es el templo de la música foklórica, entendido el término en su sentido más amplio.



Allí hay de todo: música folklórica  irlandesa, claro, pero también escocesa, inglesa, galesa, estadounidense, canadiense, antillana, mexicana, asiática y africana. Y cada categoría está dividida en subcategorías. De modo que uno puede comprar discos para arpa, para guitarra, para flauta, para acordeón, para violín, para voces y todo lo que uno pueda imaginarse, en las más diversas categorías. Hay, asimismo, un espacio muy amplio para el blues, considerado aquí como música folklórica y, ay, también para el country, una enfermedad que padece este noble pueblo y que resulta muy difícil de explicar.

 




viernes, 17 de enero de 2014

Los discos de 2013, según los músicos argentinos: una breve encuesta

Martín Carrizo y Jorge Fondebrider se lanzaron a preguntarle a un puñado de músicos argentinos lo que les había parecido mejor o, en su defecto, lo que más les había interesado entre los discos de jazz argentinos e internacionales, editados en el 2013. Y si bien fueron consultados muchos más músicos de los que respondieron, esta encuesta se topó con las vacaciones, la timidez o el silencio. Por lo tanto, como todas, es parcial, arbitraria e incompleta. Ninguna de estas objeciones le resta valor: representa lo que quedó en la memoria de un destacado grupo de músicos al cabo de un año.  Y si bien resulta claro que nadie escuchó todo –acaso la excusa más frecuente y atendible–, también es cierto que todos escucharon algo. Es precisamente sobre ese algo que giran las respuestas que se detallan a continuación, respetando un estricto orden alfabético... tan caprichoso como cualquier otro.

Rodrigo Agudelo (guitarrista)
Disco local: Sonora, de Mauricio Dawid, por la calidad y frescura de sus composiciones, por lograr un sonido super actual a partir de las ideas de sección rítmica y el gran balance logrado de composición/improvisación.

Disco extranjero: The Sirens, de Chris Potter. El grupo es extraordinario, de sonido muy explorativo pero a la vez accesible, mucho fuego y también introspección. Con Craig Taborn en un rol más convencional de lo que muchas veces se escucha de él, brillante.

Roxana Amed (cantante)
Lamentablemente no escuché todos los discos que se sacaron este año pasado en Argentina, lamentablemente no todos los discos tienen promoción. 

Sí tuve de manos de Ernesto Jodos Light blue y me gustó mucho, los escuché en vivo y he colaborado en otros como el de Ignacio Amil, Background Inescapable que también creo que tienen valor en el discurso discográfico argentino.

Pero tengo mi corazón puesto en Indómita luz porque muy al margen de mi colaboración, creo que reunió a muchos de nuestros mejores músicos de jazz, un gran repertorio y un desafío para Juan Cruz de Urquiza como director de llevarlo al lenguaje del jazz. Creo que ese trabajo de exploración es clave en este género y en la buena música.

En el panorama internacional, un disco que me sorprendió y un artista nuevo para mí es Gerald Clayton y su Life forum. Original, apasionado, virtuoso material. Con Seeds, de Leo Genovese, fueron hermosas noticias musicales.  

Jose Enrique Angelillo (pianista)
Quizás sorprenda mi respuesta, pero, he estado inundado y recomponiendo mi vida. Primero, estuve meses para recuperar mi equipo de sonido. Segundo, toda mi música se fue con el agua y la verdad, puse la poca energía que me quedaba en tratar de recomponerme anímica y psicológicamente, cosa que aún me está costando. Mi energía estuvo puesta en mantener mis laburos y en poder tocar incluso sin el mejor ánimo. Así que lamento decepcionar, pero no estuve escuchando música este año como para poder decir nada con certeza. Lo que puedo aseverar que el disco que grabaron Pablo Ledesma y Agusti Fernández en su venida en el 2012, Improvocaciones es EL disco argentino. De eso no me cabe duda.


Juan Pablo Arredondo (guitarrista)
Disco de jazz argentino : Pablo Diaz Cuarteto.

Disco extranjero: Tim Berne's Snakeoil Shadow Man

Juan Bayón (contrabajista)
Hubo dos discos nacionales que para mí han sido señal de la buena salud de la escena porteña en 2013, ambos discos debut: Santiago Leibson Trio, Amon (BACA). Prueba de lo fructífero que viene siendo el trabajo de Ernesto Jodos como director del programa de jazz del conservatorio Manuel de Falla (y todos sus profesores, claro) es que aparezca un disco debut así, con tres post-adolescentes irrespetuosos, preparados y con cosas para decir. Es ambicioso, coherente y alineado sin concesiones con lo que Matthew Shipp llama la fuck you school of jazz piano (Duke, Monk, Cecil, Andrew Hill, Jaki Byard...).

El otro disco es el de Rodrigo Agudelo & La Salamanca, idem (PAI). Agudelo tiene todo controlado. Un ritmo que te lleva, un logrado sonido de guitarra, una concepción armónica sólida y orejas y musicalidad para tirar al techo. Pero son sus brillantes composiciones el centro de este hermoso disco debut. Ayuda que está él para navegar con lirismo sus no-tan-simples cambios de acordes y por lo tanto hay en este disco al menos cuatro solos brillantes (tres de Agudelo, uno del pequeño gran Tomás Fares en piano), que es más del doble de lo que suelo encontrarme en discos nacionales o internacionales últimamente. También ayuda, como siempre, la experiencia de Hernán Merlo en contrabajo para traer a casa a esos nenes descarriados. Magia intergeneracional vital a todo buen jazz.

En cuanto a los internacionales... a buscar en internet, como si no supieran donde encontrarlos. Cualquier cosa con Billy Hart o Andrew Cyrille funciona para mí.
  
Guillermo Bazzola (guitarrista)
No escuché discos argentinos de este año. Quizá algunos de 2012.

De afuera, me gustó especialmente 39 Steps, de Abercrombie. No se si es "el mejor", pero tenía interés y me gustó. Va la explicación: sigo a Abercrombie. El último disco suyo que realmente me había gustado mucho había sido Open Land (1999) y en menor medida Class Trip (2003). Entre medio, todos habían estado bien pero ninguno me había enganchado especialmente. Este último es especial porque tiene también a Marc Copland, que además de ser un músico que siempre me interesa, es un socio habitual de Abercrombie. 39 Steps me parece un muy buen disco porque además de presentar un grupo de músicos de nivel superior (todos ellos están entre mis favoritos en sus respectivos instrumentos) incluye un repertorio original, de muy alta calidad compositiva, y orgánico, variado, con un hilo conductor. Espero que, como en el anterior cuarteto con piano, repitan.

Javier Cánepa (contrabajista)
Mejor disco de jazz argentino 2013: Posibles días en sueño, de Nicolás Ojeda:

Mejor disco de jazz extranjero: Out here, de Christian McBride.


Juan Canosa (trombonista)
De los discos que escuché, me gustó mucho el del noneto de Mariano Loiácono.

Juan Pablo Carletti (baterista)
La primera pregunta no la puedo contestar porque no pude escuchar muchos discos de allá, como para dar una opinion. No obstante, quisiera mencionar que las cosas que he escuchado en Internet de Nicolas Chiantaroli me han gustado mucho.

En cuanto a la segunda, podríamos decir que la caja Wooden Flute Song de William Parker, disco que estoy degustando en este momento, me parece buenisima, porque escucho el sonido de un grupo en varias etapas, muy sólido, y la visión de un artista enorme como lo es William Parker. Se pueden escuchar sus composiciones, y la explicación de cada una de ellas, inspiradas muchas veces en otros grandes músicos, pero siempre desde su sonido. También, lo increíble de esa base rítmica que hacen con Hamid Drake. Hay asimismo otros ensamble,s derivados o nuevos, que suenan muy bien. Encuentro un color muy profundo. La caja tiene 8 discos, así que es material muy rico para disfrutar. Me parece increíble que editen algo así: no hay material que me parezca esté de más.

Patricio Carpossi (guitarrista)
Me parecen muy buenos el disco de Mauricio Dawid Sonora y el disco de Juan Pablo Arredondo sobre la obra de David Lynch.


  






Fran Cossavella (baterista)
El mejor disco de jazz nacional diría que es Amon, el disco del trío de Santiago Leibson, con Maxi Kirszner y Nico Politzer. La música es hermosa y el sonido de los tres es una alegría de escuchar.

Y el mejor disco de música creativa improvisada internacional tendría que decir que fue sin duda el disco de Steve Coleman, Functional Arrhythmias. Todavía no puedo parar de escucharlo.

Mauricio Dawid (contrabajista)
Mejor disco argentino: Pablo Díaz Cuarteto. Me gustan muchísimo las composiciones y la simpleza con la que todos tocan.

Mejor disco extranjero:Tootie´s Tempo, de Albert “Tootie” Heath. Me encanta el trío. Tootie Heath es uno de los bateristas más originales que escuché y Ethan Iverson y Ben Street no paran de maravillarme.

Pablo Diaz (baterista)
El disco nacional, Santiago Leibson Trío.

De afuera, Oliver Lake (Trío 3) + Jason Moran.



Cirilo Fernández (pianista, Fender Rhodes)
Nacional Kom, de Carlos Michelini. 

Internacional The Line, de Kneebody.

Sebastian Groshaus (baterista)
El cd que mas recuerdo de los pocos que escuchè fuè Notre de Macelo Gutfraid. Muy buen swing, muy lograda la sonoridad del Hammond trío, solos con mucha interacción y muy buen manejo de matices con una intensidad relajada. Un muy buen trabajo del trío, en un formato complicado para encontrar un sello propio.


Adrian Iaies (pianista)
Mi disco argentino preferido fue el del noneto de Mariano Loiácono. Porque está muy bien arreglado, muy bien tocado, nunca antes se había grabado acá algo con esa estética que suene tan de verdad. Y porque Mariano es mi músico preferido.

De los de afuera, Somewhere, del trío de Keith Jarrett, que sigue sonando joven, vital, y sigue teniendo cosas para decir. No hay ninguna chance de tocar el piano mejor que como Jarrett lo hace.Y el repertorio que eligieron es una gloria. También me gustó el dúo de Charles Lloyd con Jason Moran, pero el de Jarrett es mi preferido.

Ernesto Jodos (pianista)
De discos nacionales, escuché pocos, pero me gustó mucho Amon, del pianista Santiago Leibson. Es un trío que viene tocando hace rato, con muy buena música original, y mucha comunicación entre ellos. Lo integran también Maxi Kirszner y Nicolás Politzer.

De afuera, me gusta mucho el último de Shadow man, de Tim Berne (ECM). Un grupo que marca una nueva etapa en la música de Tim, con una sonoridad diferente, que ya había comenzado con el disco anterior.

Pablo Ledesma (saxofonista)
A decir verdad, casi no estoy atento a las novedades discográficas. Después de más de 40 años escuchando todo lo que cae en mis manos y en la de los amigos, empiezo a renegar con todos los refritos y clones de los grandes maestros del pasado.

De lo de este año destaco la caja Wood Flute Song, de William Parker. De lo que viene de U.S.A., me inclino por los músicos negros de la órbita de Chicago (AACM). Lo que me gusta de ellos es la fidelidad a su tradición y que no suenan a músicos de jazz de conservatorio como muchos de los neoyorkinos. El caso de Parker es emblemático: el tipo no para de generar proyectos. Su tándem con Hamid Drake es de lo más estimulante que he oído últimamente. ¡Son una aplanadora: swing, inventiva, riesgo, de lo mejor!

De lo local, reconozco que tenemos muy buenos músicos, pero no escucho en ellos creatividad, riesgo, originalidad, concepto, personalidad... ¿Será porque carecemos de grandes maestros? (supongo)… Bueno, el tema da para un análisis más exhaustivo. En fin,en realidad  me lo paso tocando mi instrumento y escuchando muy poco –y yselectivamente–  de lo nuevo.


Santiago Leibson (pianista)
Leche Entera de Juan Pablo Arredondo (Sello Cabello), con Juan Pablo Arredondo: guitarra, Jerónimo Carmona: contrabajo, Carto Brandan: batería. Hay un cellista invitado en algunos temas pero no recuerdo el nombre. Tanto las composiciones y lo que sucede dentro (desde la improvisación) de ellas me parecieron muy buenas y originales. Es interesante escuchar cómo se mezcla el material escrito con el improvisado dentro del grupo. Toda la música está basada en películas de David Lynch y esa estética tan propia del cineasta se hace presente.

El extranjero que más me gustó es  Trio New York II, de Ellery Eskeline, con él en saxo tenor, Gary Versace: orgáno, y Gerald Cleaver: batería Es el segundo disco de este grupo caracterizado por hacer standards de una manera más que original. Los solos de Eskeline y la dinámica del grupo en general me parecen muy buenos: realmente se apropian de los standards para hacer una música completamente nueva.

Mariano Loiácono (trompetista)
No sé si escuché muchos de 2013, o no recuerdo.... Creo que el más interesante fue Colors of a dream, de Tom Harrell (High Note).

Sebastián López (guitarrista)
De los discos argentinos a mí me gustó muchísimo el disco Despedida, del gran saxofonista Carlos Lastra, que salio por el sello UAN CHU. Es un disco muy maduro con un concepto estético muy bien definido, el grupo suena muy contundente haciendo que la música alcance momentos muy altos de profundidad e intensidad.

El disco extranjero que mas escuche este año fue This Just In del guitarrista Gilad Hekselman, y que salio por el sello Jazz Village. Es un disco conceptual y por momentos muy experimental, Hekselman asume nuevos riesgos a nivel expresivo y consigue delinear diversos paisajes sonoros que oscilan desde una depurada construccion melodica a una aspera improvisacion free.

Barbie Martinez (cantante)
Escucho mayormente jazz de los años 50 y 60.

El disco de jazz argentino que más me gustó de 2013 es Despedida de Carlos Lastra, por su honestidad, profundidad e intensidad.

De los discos internacionales, me gustó mucho Woman Child, de Cecile Mc Lorin Salvant, porque ella es simplemente maravillosa.


Juani Méndez (saxofonista)
De los discos de jazz argentino me gustaron mucho Amon de Santiago Leibson. En general me gustan mucho lo que componen Santiago y Maxi. Aparte, me parece que funcionan muy bien las unas con las otras a lo largo del disco. De hecho, a veces, cuando escucho el disco entero de corrido, me da la sensación de ser una sola gran compo (Politzer tiene algo que ver con esto también). Por otra parte, todo lo que toca Santiago, tanto como solista como acompañante, me parece siempre muy coherente y comprometido con la interacción con el resto del grupo,.y en este disco, con Maxi (¡justo!) y Nico, eso se nota mucho no sólo en él, sino en todo el grupo.

También el disco de Rodrigo Agudelo. Rodrigo es una persona que solo ya suena siempre increíble y además,... ¡¡¡hace sonar a todos!!!  Me gusta el disco porque tiene canciones simples, con lindos desarrollos y como Rodrigo: suenan solas. Esto, sumado a la calidad de los músicos como los que junto para este disco, hace que la cosa tome un vuelo muy en serio. Un sonido más actual, que me gusto mucho escuchar.

Carlos Michelini (saxofonista)
El que mas me gusto del 2013, fue el del Juan Cruz de Urquiza , interpretando la música de Charly García. Me parece muy equilibrado, moderno y muy bien interpretado. Cuando se abordan otros géneros es muy dificil poder lograr esee balance y poder conseguir otra mirada, sin caer en los clises típicos y fáciles, que muy usualmente se escuchan en el jazz. Además de apoyar este tipo de proyectos, como así también la música y compositores originales, también me gusto mucho el disco de Escalandrum. Si pudiera, elegiría los dos.

De los discos internacionales, elijo The Sirens, de Chris Potter, simplemente porque como saxofonista creo que es uno de los que está a la vanguardia del género, además de ser un gran inspirador para mí a la hora de escribir música y de estudiar el instrumento. Él reúne toda la tradicion y toda la modernidad del jazz. Y este trabajo está inspirado en la Odisea, una obra literaria que es de toda la humanidad, lo cual, creo, habla de la universalidad a la que todo artista quiere llegar, y proyectar.

Gustavo Musso  (saxofonista)
A nivel internacional no estoy al tanto de los discos del 2013. Sí puedo decir que Hot House, el disco del noneto de Loiácono es, por sus arreglos, lejos el disco de jazz del año. Creo que hace rato que no hay un disco que tenga esa sutileza en la escritura para los vientos.


Luis Nacht (saxofonista)
De lo que escuché, quiero mencionar Segment, de Francisco Lo Vuolo. Aunque salió en octubre del año pasado, no quiero que esté ausente de la encuesta. Luego, Despedida, el disco recién salido de Carlos Lastra.

En cuanto a los discos internacionales, Hagar's Song, de Charles Lloyd y Jason Moran, y Without Net, de Wayne Shorter, son los que más me gustaron.

Marcelo del Paggio (contrabajista y bajista)
En la primera pregunta es donde más claro me gustaría ser y fundamentar mi respuesta, ya que está sujeta a consideraciones no musicales en sí mismas. Realmente, no me ha llegado ningún disco de mis colegas este año. Tampoco soy de estar atento a recibirlos. La única razón de esto es que siempre me provoca un estado de bienestar muy concreto la sola noticia de que personas que en general conozco o han tocado en mis grupos en más de diez años, o con las que he compartido momentos en la enseñanza académica, graben y editen un disco en la Argentina. Y esto abarca todos los casos. El fundamento es que, si hay algo que conozco es la genealogía de un músico de jazz argentino, más que nada porque es lo único que en verdad soy, o mas bien lo único a lo que le dediqué mi vida DE VERDAD. Por tanto cualquiera de ellos, como dije arriba, dispierta mis mejores sentimientos de camaradería. ¡Cheers por el jazz argentino!

La segunda es mas fácil, aunque es difícil elegir uno. Pero sé que es parte de este juego bien entretenido y sano por cierto. Así que me presto y tiro algo de lo que me viene en este momento a la cabeza del abundante material que consumí y fue editado este año: (sit in) the throne of friendship, del Nate Wooley Sextet (del sello portugués Clean feed). Lo primero para decir es que Wooley es uno de los trompetistas que más me ha impresionado en los ultimos diez años, luego de Enrico Rava. Lo segundo es que, cada vez que escucho un trabajo donde él toca, se me ocurre suponer que hay algo que esta dentro del fraseo, y estrictamente dentro del fraseo primero y ante todo, que logra alquimias permanentes con el resto del combo en cada caso. No creo que me fallen los cálculos respecto de la larga ruta que le queda aandar a Nate Wooley en los comentarios de todos los que amamos el jazz en el mundo. Y si alguien se encuentra un poco desorientado en este terreno, confío en que Wooley le hará saltar varios escalones para fácilmente quedar parado en el centro del presente o, lo que es mejor, de lo que tanto nos debemos en la vida: el dulce pensar en lo mejor que tenemos y lo mejor que vendrá.

Daniel “Pipi” Piazzolla (baterista)

Disco nacional: Hot House, de Mariano Loiácono,  y el de Carlos Michelini con George Garzone (del que tuve el placer de ser parte).

Disco internacional: Sirens, de Chris Potter.

Nicolás Politzer
Realmente me resulta muy difícil nombrar un disco ya que la producción cada año es mayor y mucho de lo que sale no tiene la difusión que merece. Hubo muchos primeros discos este año, todos con un nivel musical, de entrega y comprosimo más que emocionante. Mauricio Dawid, Fran Cossavella, Santiago Leibson, Guillermo Harriague, Pablo Diaz (es del 2010, pero salió en edición material este año) y es seguro que me olvido de algún otro. También no primeros discos tremendos: Juan Bayón, Damian Poots, Juan Pablo Arredondo, etc. Pero si me tengo que quedar con uno, me quedo con Ascensión Libre, de Enrique Norris. Para mí (como para tantos otros), Enrique es un referente imprescindible de la música creativa actual. Un maestro, un ejemplo de entrega absoluta, concentración y energía. Un Artista. Enrique no para de sacar discos y de mostrarnos el camino en cada decisión que toma. Al trío lo completan Maxi Kirszner y Pablo Diaz, dos músicos increíbles que admiro profundamente, cada uno con una voz muy personal, que cuando comulgan logran armar un mundo sonoro lleno de belleza. Un grupo al que voy a ver cada vez que puedo.

Y en el plano internacional sigo descubriendo discos y artistas que son siempre novedades. Pero para nombrar uno que me atrapó y salió en el 2013 me quedo con City of Asylum, de Eric Revis, con Kris Davis y Andrew Cyrille.

Guillermo Romero (pianista)
Entre mi estudio, conciertos y clases, la verdad no me quedo tiempo para escuchar nuevos discos. Pero puedo decir mis preferencias.

En Buenos Aires, lo que mas me gusto fue escuchar a Hernán Jacinto, y en Nueva York, al pianista Adam Birnbaum. No se si grabaron este año, pero son dos monstruos los dos.



Francisco Salgado (trombonista)
El disco que más me llamó la atención del 2013 en el orden de lo nacional es el de En Suspensión, deWenchi Lazo, del sello Radiaciones Armónicas/Cardo.

En cuanto al plano internacional la verdad es que no estoy muy al corriente, pero este año que pasó descubrí la caja The Complete Columbia and Novus Recordings de Henry Threadgill y no pude dejar de escucharlo.

Esteban Sehinkman (pianista)
3 discos que me interesaron este año:

No fear de Fernandez 4: Cirilo es un tremendo compositor, la banda un relojito y el audio del disco es brutal...

Al sur del Maldonado, del Pollo Raffo: el arquitecto Raffo arma un recorrido en donde la música siempre fluye, con la originalidad y técnica de un gran compositor, y la  naturalidad y simpleza de un gran maestro...

Vértigo de Escalandrum: sencillamente, no se puede creer cómo suena este grupo en vivo... 

Paula Shocrón (pianista)
Me interesaron Amon, del Santiago Leibson Trío, y El límite de la conciencia, de Fran Cossavella.

Nota de Martín Carrizo: Lo interesante es que son dos discos que están disponibles para bajar de Internet, pagando por ellos, o bien para escuchar completos en sus páginas web; en el caso del de Cossavella, está disponible sólo en formato digital (según Juan Manuel Bayon, el de Leibson está también “en físico”). Estos son los links:

Francisco Slepoy (guitarrista)
El limite de la conciencia, de Francisco Cossavella. Tuve la suerte de compartir y tocar mucho con Fran, y su música tiene un desarrollo muy profundo, es muy inspiradora, influyente y reveladora para mi.

Tower, Vol4, de Marc Ducret. ¡Esa música es de otro planeta!

Pepi Taveira (baterista)
Escucho muy poca música nueva, no porque no me interese, sino porque, como me dijo hace muchos años mi maestro el gran Hal Crook, uno debe en algún momento parar de escuchar tanta cosa y escucharse a uno mismo para realmente encontrase como músico. Yo estoy en eso. Escucho cada tanto discos que me han emocionado mucho, sobre todo de joven: Coltrane, Rollins Art Pepper, Archie Shepp, Mingus, Blakey, etc. La lista es bastante larga.

Sí puedo decir con respecto al jazz argentino que, por lejos, el disco del noneto de Loiacono es para mí lo mejor que escuche de acá en mucho tiempo.

Miguel Tarzia (guitarrista)
Del año pasado me gustaron mucho los discos Minimal, de Pato Carpossi, y Balladering de Jakob Bro (aunque no sé si es del 2013). En ambos casos, me atrajeron las composiciones y los músicos que tocan.

Alan Zimmerman (pianista)
La verdad que este año no pude escuchar muchos discos de jazz nacional, lo cual lamento, así que mi opinión va a estar basada en los pocos que escuché. No sé si cuenta, porque yo participe en él... pero el disco Hot House, de Mariano Loiácono está muy bien, tanto desde los arreglos como en el ensamble del grupo.

Chants, del Craig taborn Trio, es de otro planeta: las ideas que tiene y como las desarrolla son inexplicables. Luego, hay cuestiones ritmicas y de contrapunto, ya desde su forma de tocar, pero también en las composiciones, que son muy interesantes.