martes, 28 de enero de 2014

Barbie Martínez y Georgina Díaz entrevistadas por Diego Fischerman

Diego Fischerman publicó la siguiente doble entrevista con Barbie Martínez y Georgina Díaz en la edición de Página 12, del domingo 26 de enero. La bajada de la nota dice: “Ambas vocalistas son la punta de un fenómeno nuevo en la escena jazzera porteña: una camada de artistas capaces de imprimir su personalidad a un repertorio histórico y de lograr verdaderas alianzas creativas con los mejores instrumentistas locales”.

“Somos evangelistas del jazz vocal”

Las dos cantan. Las dos cantan desde pequeñas y, para ambas, hubo una figura determinante: el padre para una, un abuelo para la otra. Las dos cantan jazz. Ambas son esencialmente distintas, en voz y en estilo. Pero tienen, sin embargo, mucho en común. Abordan el género desde un estudio profundo. Son la punta de un fenómeno nuevo en Buenos Aires: una camada de artistas genuinas, capaces de imprimir su personalidad a un repertorio histórico, de elegir con inteligencia qué y cómo lo interpretan, y de rodearse con los mejores instrumentistas y lograr con ellos verdaderas alianzas creativas. Una, Barbie Martínez, fue maestra de la otra, Georgina Díaz. La primera resume contando que lo que hace es “cantar jazz todo el día, todos los días”. La segunda es aún más radical. “Somos evangelistas del jazz vocal”, dice.

Martínez publicó este año su tercer disco, el excelente Walkin. Allí se lucen los arreglos de uno de sus colaboradores más fieles, el saxofonista Carlos Lastra, y el grupo está integrado por Leo Cejas en contrabajo, Sebastián Groshaus en batería y Enrique Norris en corneta. Entre los autores que revisita están Monk, Cole Porter, Bill Evans y los nada obvios Horace Silver y Mary Lou Williams (en inmejorables versiones de “Peace” y de “Walkin’”, respectivamente). Y su credo aparece nuevamente en una frase aparentemente sencilla: “Cualquier tema que tenga letra algo está diciendo”. Díaz, que acaba de publicar su primer álbum –Suddenly, con un grupo de gran nivel bautizado The Mornings– recuerda entonces una anécdota del saxofonista Ben Webster. “Una vez, en una grabación, de repente, paró de tocar. ‘¿Qué pasa?’, le preguntaron los que estaban tocando con él. ‘Si lo que estabas tocando era fantástico’. Y el contestó: ‘Es que me olvidé la letra’. Webster, que tocaba el saxo, no podía tocar su solo si no tenía presente las palabras de la canción.”

Alcanzaría con “Anita’s Blues”, de Anita O’Day, o con la extraordinaria “Si me enamoro (‘Love and deception’)”, de Sergio Mihanovich, o con la inte-racción que pone en juego The Mornings (Rodrigo Agudelo en guitarra, Damián Falcón en contrabajo y Sebastián Groshaus en batería, más dos invitados de lujo, Francisco Lo Vuolo en teclados en cuatro de los temas y Carlos Michelini en saxo alto en tres) para considerar a Suddenly un gran disco. Y Georgina Díaz habla sobre la conexión íntima con cada pieza: “Hay que ver qué de la vida de uno canta una canción”. Al mismo tiempo, las dos saben –y ponen en práctica– que lo que hace que se trate de jazz y no de otra cosa es el tratamiento que sean capaces de darle. Ambas, por otra parte, dan a su músicos un lugar preponderante. “Escuchamos a los músicos. Tratamos de que nuestra personalidad esté al servicio de lo queremos cantar y no al revés.” Martínez cuenta que no sólo escuchan cantantes. “También, mucho, instrumentistas de viento. Porque para ellos, como para nosotras, el instrumento expresivo es el aire. Y el fraseo.” Define, taxativa: “No nos interesa el rol de la cantante a la que los músicos acompañan. Tratamos de que haya interacción. Queremos ser un músico más del grupo”. Y, hablando del estilo, precisa: “Las variaciones rítmicas y melódicas unidas al sentido; hay una tensión entre los desarrollos que una hace y lo que la canción ya es. Ese es el juego”. Y es casi imposible pensar que ella, que es traductora de inglés, no tiene en cuenta, en ese momento la palabra “play” y su doble sentido: jugar e interpretar.

Barbie Martínez dice que el secreto –o su secreto– es “someter lo rítmico a exploración, a experimentación”. “Se encuentra un fraseo que es propio, un ritmo que es como el habla de cada uno. Y nadie habla exactamente igual que otro. Cada persona tiene su fraseo.” Díaz, por su parte, comenta: “La relación con la letra de la canción siempre es interesante. Por empezar, no todos los textos son iguales; los hay muy densos, profundos, y los hay más livianos. Pero eso no significa que, necesariamente, una vaya a cantar siempre rápidas las canciones con textos livianos y siempre lentas las canciones cuya letra es más compleja. Se puede jugar con eso. Se puede ir a favor o se puede ir en contra. Lo que no se puede es ignorar ese mensaje que la canción ya trae consigo”.

El padre de Georgina Díaz cantaba boleros. Y ella cantaba con él. Y aprendió después a tocar la guitarra para acompañarse. Y escuchó una vez a Ella Fitzgerald y Louis Armstrong. Y entró en un mundo del que ya no quiso salir. Barbie Martínez cantaba con su abuelo. También para ella el jazz fue un descubrimiento tan fortuito como definitivo. “Una profesora me hizo escuchar distintas canciones, de distintos géneros, a ver qué me interesaba. Cuando escuché la canción de jazz, sentí como un relámpago. Eso era lo que yo quería cantar.” Ambas hablan de la técnica; se confiesan fanáticas del estudio y del método, pero, al mismo tiempo, saben que allí no está más que el principio. “Sí, la técnica”, dice para sí Georgina Díaz. “Pero no es todo. Hay montones de cantantes que no son impecables y sin embargo están diciendo una verdad. Rubén Juárez, por ejemplo. Es Dios. Hay algo que transmite; que no puede dejar de transmitir. Y ésa es la función del arte, ¿no?” Barbie Martínez, entonces, completa: “El jazz necesita que uno reinvente una canción cada vez. Y que se reinvente a sí mismo, todo el tiempo. Hay una parte pensada, consciente, que tiene que ver con buscar el lenguaje, el estilo. Con estudiar e identificar las herramientas. Saber no tanto el nombre de cada cosa como el efecto que logra. Pero con eso sólo no se hace nada. Se trata, además, de ser abierto, honesto y poco pretencioso. De no olvidar el aspecto creativo. Y de saber que si uno no cree que está diciendo una verdad, nadie va a creérselo”.


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