sábado, 26 de septiembre de 2015

Surel, Segal & Gubitsch esta noche en el Centro Cultural Kirchner


Diego Fischerman publicó hoy en Página 12 la nota que sigue a propósito de la actuación de hoy de Tomás Gubitsch en el CCK.

Sin sobreactuar porteñidad

Tal vez tenga que ver con el prestigio que algunos géneros musicales detentan. Lo cierto es que quien se convirtió en leyenda por haber formado parte del grupo Invisible en su cenit, acabó siendo recordado como el guitarrista de un grupo de Piazzolla de breve existencia y que jamás tocó en este país y, en la antesala, de Generación Cero, un grupo casi secreto de Rodolfo Mederos. Será por eso que Tomás Gubitsch, virtuoso de la guitarra pero también extraordinario compositor, autor de música de películas, de piezas sinfónicas y de cámara y, en la actualidad, parte de un trío deslumbrante que hoy se presentará en Buenos Aires, ocupa el lugar de artífice de un improbable tango moderno en el exilio.

En rigor no es más fácil, ni más preciso, ubicarlo en el jazz, a pesar de que ha tocado con luminarias del género enpezando por Stéphane Grappelli, el mismo violinista que había tocado con Django Reinhardt. Ni en la música de tradición académica, aun cuando varios grupos y solistas de importancia interpretan sus composiciones: el trío francés K/ D/ M tocó dos obras suyas recientemente en el Centro Experimental del Teatro Colón, dentro del ciclo Antidiásporas. Por razones generacionales, y por la sensación de un lenguaje en común, aun cuando confiesa que no es mucho el rock que escucha –o que le interesa– en la actualidad, sigue pensándose como un músico de rock. Al fin y al cabo allí obtuvo su educación sentimental y lo hizo en una época en la que, en sus propias palabras, “allí cabían todas las músicas”.

Es la primera vez, cuenta Gubitsch, que no se trata de su grupo sino de un trío de pares, que lo incluye. Los otros dos integrantes son el violinista Sébastien Surel y el violoncellista Vincent Segal. Ambos tocan en grupos de cámara pero tampoc en sus casos eso alcanza para definir sus perfiles. Surel ha sido, además, parte del grupo del acordeonista Richard Galliano durante años. Y Segal fue compañero de ruta de Sting, Blackalicious, Naná Vasconcelos, Césaria Evora, Elvis Costello, Alexandre Desplat, Marianne Faithful, Lhasa y Tricky, entre muchos otros. Ayer dieron un taller de composición e improvisación integrada en la estructura ante una multitud, en el Centro Cultural Kirchner. Y hoy actuarán a las 20.30, en la Sala Argentina de ese complejo. Aquello que para Gubitsch nació, en su niñez, de la doble advocación de La consagración de la primavera de Stravinsky y de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de The Beatles, tiene allí, en ese trío y en esa música que sólo puede describirse como una tromba arrasadora y llena a la vez de sutilezas, una expresión ideal.

“Ignoro qué hubiera pasado si no me hubiera quedado en Francia”, dice Gubitsch. “Esa relación con el tango, esa necesidad de reencontrar esta ciudad en la distancia, tal vez nunca hubiera aparecido.” La reflexión no es menor si se piensa que este es un grupo sin bandoneón, esa especie de señal automática de tanguidad. “No hay ese resguardo. De alguna manera ese sonido fija tanto la cuestión en lo porteño que uno después, en la música, puede hacer cualquier cosa.” Gubitsch, obviamente, no busca sonar porteño de manera expresa. Y sus compañeros de grupo, además, son franceses. “Me sorprendería, no obstante, que en esta música no hubiera un sonido que tuviera que ver con lo que escuché de chico”, dice.

Su historia es tan atípica como la de todos pero, claro, con la pátina del prodigio. Sus padres eran intelectuales, la casa estaba llena de libros y de visitantes tan ilustres como Jorge Luis Borges o el Mono Villegas. Probando una guitarra en una casa de música, lo escuchó un productor y le ofreció grabar. Tomás Gubitsch tenía 15 años y así lo conoció Mederos. Su hermano mayor (el chico de la tapa de El jardín de los presentes) era amigo de Gustavo, el hermano de Spinetta, y de ahí surgió una invitación a zapar en su casa del Bajo Belgrano. “Lo hablamos y decidimos pedirte que entres al grupo”, dice que le dijeron. Hacía muy poco había ido preso, como tantos, por haber ido a un recital de Invisible. La siguiente actuación del grupo, en el estadio Luna Park, lo encontraría en el escenario.

“Lo que más me preocupa en este momento es que haya una unidad en mi música. No pensar en términos de género, si se trata de rock o música de cámara. Aplico todo lo que sé y busco aquello que me gusta”, resume. Además de su actuación de esta noche, Gubitsch se presentará también el próximo viernes 2 de octubre en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (Av. del Libertador 8151) junto a varios músicos argentinos: Carlos Casazza, Luis Nacht, Diego Schissi y Juan Pablo Navarro.


viernes, 25 de septiembre de 2015

Tomás Gubitsch en Buenos Aires, seis años después de su última visita.

Publicada en el diario La Nación, del 21 de septiembre, la siguiente entrevista entre Jorge Fondebrider y Tomi Gubitsch habla del presente del mítico guitarrista y del nuevo trío con que se presentará el sábado 26 en Buenos Aires.

"Las apariencias suelen ser engañosas también para el mundo sonoro"

Radicado en París desde hace casi cuatro décadas y a seis años de su última visita a la Argentina, el guitarrista y compositor Tomás Gubitsch habló con La Nación, antes de presentarse con un trío sorprendente, donde el virtuosismo y la inteligencia conviven con la calidad compositiva, el sábado 26 en la Sala “Argentina” del C.C. Kirchner.

–¿Qué pasó en su música entre su última visita a Buenos Aires y ésta?
Mi última visita fue en 2009, y no es nada sencillo resumir seis años de actividad. Fuera de los conciertos habituales, de las composiciones para diversos grupos de cámara u orquestas sinfónicas y de mis músicas para películas, creo que podría resaltar dos cosas que significaron cierto cambio en mi manera de  abordar mis diversas búsquedas (u obsesiones) musicales. La primera es la creación de un tríptico, "El Tango de Ulises", cuyas dos primeras partes fueron creadas en el Théâtre de la Ville, en el 2012 y el 2014 respectivamente. Es una suerte de reflexión sobre mis cuarenta años de exilio situación que, aclaro, vivo más como un privilegio que como un pesoque me impulsó no solamente escribir varias nuevas piezas, sino también a re-visitar buena parte de mis composiciones anteriores, pero transformándolas considerablemente. El epílogo será el 13 de mayo próximo, siempre en la misma  sala parisina, y, espero, me permita zarpar hacia otros rumbos. De hecho, reuniré dos de mis tríos actuales (uno, con Juanjo Mosalini y Eric Chalan y otro, con Sébastien Surel y Vincent Segal) y algunos invitados más... Creo que es hora de unificar mi trabajo, quizás porque, al fin y al cabo, todo lo que viví en Buenos Aires hasta 1977 y todo lo que viví en París desde entonces, forman parte de una única vida, la mía.  El segundo aspecto que cambió en estos años es más una cuestión de actitud. De tocar casi exclusivamente mi música con un grupo bastante acotado de grandes músicos y amigos, empiezo a ampliar mis colaboraciones con otros músicos, igualmente admirables. El trío de reciente formación, Surel, Segal & Gubitsch, es la prueba más palpable de este cambio operado en mí y que, indudablemente, representa un gran enriquecimiento musical personal. 

–Justamente, ¿por qué estos tres músicos?
Con Vincent Segal nos conocemos desde hace más de veinte años, hemos hecho grabaciones juntos y, de manera general, siempre nos tuvimos al tanto de nuestros recorridos. El suyo es extraordinariamente polifacético. Basta con decir que la primera vez que lo escuché fue tocando como pocos las “Suites para chelo” de J. S. Bach, con mencionar dos de sus dúos famosos, Bumcello o el que forma con Ballaké Sissoko y con citar apenas algunas de sus colaboraciones con gente como Sting, Blackalicious, Naná Vasconcelos, Cesaria Evora, Elvis Costello, Alexandre Desplat, Marianne Faithful, Keziah Jones, Lhasa, o Tricky. Lo inusitado y apasionante es que a pesar de la gran variedad de géneros que aborda, en ningún caso lo hace de manera turística, es un auténtico especialista y gran conocedor de todas esas músicas. Con Sébastien Surel nos conocimos en circunstancias imprevistas: de vacaciones, en medio de un pueblito perdido en las montañas del centro-sur de Francia, escuché un sonido maravilloso de violín tocando obras de Brahms, de Bartok y de Schönberg. Por su lado, él me escuchaba a mí trabajando mi instrumento. El encuentro no tardó y recién en ese momento supe que se trataba del violinista del Trio Talweg, cuyas versiones de los tríos de Ravel, Chaikovski y Shostakóvich  me habían fascinado. Luego me enteré de que, además de su actividad de concertista (la integral de los conciertos de Mozart, los de Mendelssohn, Beethoven, Sibelius o Barber forman parte de su repertorio) y de camarísta, también era un gran conocedor de música popular y que había tocado durante años con músicos como Richard Galliano. Muy poco tiempo más tarde me invitó a compartir un concierto en el Parc Floral con su trío de cámara y yo le pedí que formase parte del grupo con el que estrenamos la segunda parte de mi tríptico alrededor de la Odisea, intitulado "Todos los sueños, el sueño". Fue Sébastien el iniciador de la idea del trío que formamos desde hace algo más de un año. Cuando me lo sugirió, recuerdo haberle preguntado cuál era su  idea, el concepto del proyecto. "El sonido", me contestó. Fue suficiente para convencerme. ¿Acaso no hemos empezado todos nosotros a hacer música fascinados por ése fenómeno básico, la magia del sonido en sí? Esa misma noche llamó a Vincent, que estaba en Nueva York, y él se sumó inmediatamente a la propuesta. A su regreso a París, cada uno llevó un par de partituras, y cuando terminamos de tocar la primera, levantamos los ojos de los atriles y nos miramos un par de segundos con una sonrisa infantil dibujada en el rostro; una especie de alquimia difícilmente explicable acababa de nacer. Precisamente, el sonido. Y, agregaría, la calidad de escucha mutua. 

–Cuando uno los oye, pese a que la música nada tiene que ver, se imagina una especie de Shakti, el grupo que tenía John McLaughlin, pero con los pies bien plantados en la tradición occidental…
La comparación con Shakti es extremadamente halagadora. No obstante, creo que subsiste una diferencia fundamental: mientras lo esencial en las músicas de McLaughlin es la improvisación, a imagen del jazz, donde el tema puede casi ser pretexto, en el trío nuestro, la composición y el trabajo sobre la forma de las piezas es una cuestión central. Y si bien los episodios improvisados son frecuentes en nuestros temas, la idea es que formen parte de una estructura, es decir, de una manera de contar una historia. En ese sentido, como usted bien lo señala, estamos mucho más cerca de una concepción occidental de la composición. 

–La última imagen que dejó en el público local lo asociaba a usted más con el tango que con el rock u otros tipos de música. ¿Es realmente así? 
Con el tango ocurre algo que a esta altura me causa francamente gracia. Desde el principio lo abordé con un desenfado respecto de los códigos sacrosantos del género y, no obstante o quizás, gracias a ello, hoy mi nombre figura en enciclopedias tangueras. Lo cierto es que mi relación con el tango es siempre lo he dicho conflictiva. Hay cosas en él que me gustan y otras que detesto. Si mi música tiene cierto gustito porteño, es porque soy de aquí. Lo extraño sería si tuviese un sonido de Detroit o de Pekín, donde nunca viví.  Ahora bien, ¿qué ocurriría con mis composiciones tangueras si reemplazásemos el bandoneón por una batería, por ejemplo? ¿Seguirían siendo percibidas como tango? No estoy del todo seguro. Las apariencias suelen ser engañosas también en el mundo sonoro y, si fuese necesario para mí no lo es calificarme de algo, yo pienso que rockero, aunque más no sea por una cuestión de actitud, sigue siendo lo que más me corresponde. Me refiero a un rock en un sentido muy amplio, un rock imaginario, un rock que, en lo que me concierne, se fue sofisticando e incorporando colores de muchas otras paletas, y que se fue enriqueciendo de maneras de pensar y elaborar el material musical provenientes de la música llamada 'culta'. Pero inclusive si esas transformaciones fueron impulsadas por mis diversas experiencias en otros territorios, pienso que lo anacrónico y preocupante sería si yo siguiese haciendo el mismo rock que hice 40 años atrás. 


miércoles, 16 de septiembre de 2015

Paula Shocrón presentó su último disco en Virasoro



El jueves 10 de septiembre, Paula Shocrón presentó en Virasoro Anfitrión, su último disco en trío con Germán Lamonega y Pablo Díaz. Ese mismo día apareció en La Nación, la siguiente entrevista firmada por Jorge Fondebrider.


"Mi atención ahora está puesta en abrir puertas"

Con 35 años y 14 discos grabados a su nombre y como co-líder de otros músicos, la rosarina Paula Shocrón ya no es la revelación de la que tanto habló la prensa en su momento, sino una de las más sólidas exponentes del jazz en la Argentina. Reconcentrada, muy bella y, sobre todo, intensamente apasionada, verla tocar el piano es todo un espectáculo en sí mismo. No le es algo caído del cielo, sino el fruto de ingentes horas de trabajo las cuales, en una década, le han permitido transitar por una variedad de estilos que hoy confluyen en Anfitrión, su último disco, que se presentará el jueves 10 de septiembre, a las 21:30hs., en Virasoro (Guatemala 4328, C.A.B.A.), excusa perfecta para hablar con ella.    

Anfitrión, que acaba de salir, no aparece bajo tu nombre, sino como SDL Trío. ¿Por qué?
Bueno, son las siglas de mi apellido, el del baterista Pablo Díaz y el contrabajista Germán Lamonega, cosa que me pareció lógica porque es el fruto de una iniciativa de los tres. Siempre los discos son el resultado de un trabajo previo y este caso no es una excepción. Desde hace mucho nos juntamos a improvisar específicamente entre nosotros y es lo que queríamos reflejar, por eso es un disco que, salvo un tema que compuso Pablo Díaz, incluye exclusivamente música improvisada.   

–¿Y por qué estos tres músicos?
Yo creo que tiene mucho que con que los tres realizamos un viaje conjunto que nos permitió conocer a una serie de artistas que nos inspiraron y que nos permitieron darle algo así como un cierre al tipo de trabajo que se presenta en este disco.

–¿En qué consistió ese cierre del que hablás?
En homenajear a determinados músicos, en incluir a algunos de esos artistas que no son necesariamente músicosen la creación del disco. Por ejemplo, el poeta Steve Dalachinsky aportó textos y el fotógrafo Peter Gannushkin, la hermosa fotografía de tapa. La idea era abrirnos a otras ramas artísticas que es la idea en la que yo he venido trabajando a lo largo de todo este último tiempo y que comparten los músicos con quienes toco.

En otra oportunidad me dijiste que los discos los grabás para dejar algún testimonio de lo que hiciste antes de pasar definitivamente a otra cosa
Es que, para mí, salir del estudio de grabación es pasar a algo distinto de lo que grabaste que, por otra parte, ya es viejo. Por más que uno haga presentaciones, te diría que estamos en otra cosa, más aún como en un caso como éste se trata de música absolutamente improvisada. Entiendo que hay músicos que graban el disco y empiezan el ciclo a partir de esa grabación; en mi caso, siempre fue de la otra manera.

Siguiendo tu trayectoria, uno ve que fuiste trabajando siempre en razón de algo específico: de una impronta muy de Monk pasaste a una etapa de composiciones propias muy importante y, asimismo, a co-liderar formaciones con Marcelo Guttfraind y Pablo Puntoriero. Después, a escribir para un ensamble grande y, en paralelo, a rendirle tributo a Andrew Hill. Más tarde, durante tus años con Rivo Records, a estudiar a fondo a compositores y pianistas del estilo hard-bop. Ahora estás en una gran desestructuración cercana al free jazz. Cada etapa tuya te tomó varios años
Y ésta también, pero acaso por ausencia de grabaciones, no quedó tan registrada como las otras. Luego, mis experiencias con la improvisación colectiva tuvieron lugar muchas veces de manera paralela a los otros trabajos, en un contexto menos público, más de puertas adentro cuando, por ejemplo, nos juntábamos en privado con la saxofonista Ada Rave, el contrabajista Carlos Álvarez, o incluso el cornetista Enrique Norris. Es probable que el público que me suele acompañar no lo vea tan claro, pero ya llevo prácticamente más de diez años buscando en esta dirección.. 

–¿Y a qué lugar querrías llegar con lo que estás haciendo ahora?
Para decirte la verdad, estoy empezando a sentir que quizás no sea necesario llegar a un solo lugar. Por eso mi atención ahora está puesta en abrir puertas. Dicho de otro modo, querría que la música fuera cada vez más inclusiva, que no se limitara a un estilo,  que no calzara en una etiqueta. Somos un montón de perspectivas todas juntas. Si sacamos las casillas, todas esas perspectivas pueden empezar a convivir e interactuar. Eso enriquece a cualquier artista y al arte en general.

 –¿Ahí es donde entran las otras artes?
Claro. Sin ir más lejos, ahí está la voz humana, y con ella llegan las palabras solas, desestructuradas, que luego pueden llegar a estructurarse en un poema, en un fragmento de prosa. Y, por supuesto, también el movimiento, que llegado el caso se convierte en danza.

Bueno, en su momento ya habías trabajado con la voz, cuando acompañaste a las cantantes Barbie Martínez y, fundamentalmente, a Florencia Otero, con quien grabaron un magnífico disco dedicado a Joni Mitchell.
Y con quien ahora estamos trabajando en otro, donde las composiciones son casi todas de Florencia, y yo me ocupé de casi todos los arreglos. El disco incluirá dos poemas de E. E. Cummings a los cuales se les puso música.  Paralelamente a este proyecto, estoy trabajando mucho con mi propia voz también.

–¿Qué determinó que todas estas actividades laterales se conviertieran ahora en centrales para vos?
En realidad, no sé. Simplemente, sucedió. Un día empecé a probar mi voz y hoy ya es parte de mi música. Luego, los instrumentos de percusión siempre ocuparon un lugar importante en mi idea de la música, empezando por el piano, al que también veo como instrumento de percusión.

–¿Y la danza?
Ahí tuve que sincerarme, haciéndome cargo de que eso estaba. Y un día la danza también empezó a suceder en el contexto de mi música. Luego de la labor con el gran ensemble, algunos músicos quedaron y, paralelamente, empezamos a trabajar con Laura Monge, una bailarina de quien fui alumna. Juntas empezamos a tratar de descubrir cuáles eran los factores comunes entre el movimiento y la música. Las razones son muchas. De hecho, debiera ir más atrás y contarte que, de chica, tuve muchos problemas con el piano y mi forma de solucionarlos fue a través del aikido. Ahí entendí qué pasaba físicamente con el instrumento. El uso del cuerpo como instrumento principal del músico siempre me pareció fundamental y luego, cuando empecé a enseñar,  sentí que eso era algo que tenía que transmitirles a mis alumnos.  

–¿Qué es el Proyecto IMUDA?
Es la formalización de todas esas instancias previas que, a partir de 2012, empezaron a asumir la consistencia de un proyecto abocado a la creación espontánea, la comunicación y la asociación entre artistas procedentes de diversas disciplinas. No se trata de un grupo fijo, sino de artistas provenientes de mundos diferentes asociados puntualmente para un único evento, que nunca es el mismo como tampoco son los mismos los participantes.

Vuelvo atrás. ¿Qué pasó para que de trabajar sobre estructuras hayas decidido la desestructuración total?
Preferiría decirlo de otra manera. Acá ya no importa qué hay y qué falta. Lo que importa es trabajar ese estado tan necesario para la creación artística.  Se trata de una búsqueda permanente, que no tiene fin.  Se trata de estar en lo que estás haciendo.