lunes, 18 de enero de 2016

Hernández en París: una noche de garufa en el Boulevard Barbes





"Ah, Pari, Pari", escuchó desde su cama el fiel (y por qué no ir agregando "paciente") Fondebrider y dudó sobre si la pronunciación del francés de Guille Hernández iba mejorando o si se había superpuesto con la de Merlo. "¡Cómo me gusta esta ciudad!" "¡Qué bueno, Guille!", dijo Fonde y se preparaba a seguir durmiendo, porque eran las 6 de la mañana, cuando Hernández, todavía eufórico por haber estado paseando por el Boulevard Barbes (que es una versión ampliada del barrio de Once), dijo que le iba a contar un sueño. "¿Y si lo ves con un psicólogo, Guille?", dijo Fondebrider. "No, boludo, no es algo que haya soñado. Es un sueño como esos que tenía Martin Luther King, el tipo ése de 'Yo tuve un sueño'."Fondebrider se tapó la cabeza con la almohada, pero ya era tarde porque Hernández estaba dispuesto a toca costa a contar su sueño.





"Resulta que me casaba", dijo. "¿Cómo que te casabas?", preguntó atónito Fondebrider, sacándose la almohada de la cabeza. "Sí, que hacía los papeles", dijo Hernández. "¿Qué, no los tenés hechos?". "Es un sueño, boludo. Además no le voy a andar contando intimidades a un gil como vos". Silencio. "Bueno, me casaba", insistió Hernández. Y todos los muchachos de Minton's venían a la boda". "Qué curioso", pensó Fondebrider, "Dijo 'boda'". "Y entonces había que resolver el problema de la ropa". "¿Qué problema?", quiso saber Fondebrider. "La ropa. ¿Qué, cuando te casás vas vestido como siempre? Acá había que ponerse buenas pilchas". Y Hernández empezó a describir la ropa que iba a usar cada uno: "Yo siempre me quise casar de blanco", dijo Hernández. "Y no sé por qué, pero me veo con una corbata roja, o mejor rosa, de nudo grande". 

"A Loiacono, que es medio retacón, lo veo de verde o de un gris metalizado" "Verde", tomó nota Fondebrider. "Sí, verde o gris metalizado.. ¿Viste cómo se visten en Córdoba?" "Vi", dijo Fondebrider.

"A Horacio y a Marquitos los veo sobrios", dijo Hernández. "Sólo en sueños se los puede ver sobrios", pensó Fondebrider, pero no dijo nada para no alterar el curso del relato. "Sí, sobrios. Con un t raje color lila cada uno". 


"Freytag y Carrizo seguramente irían con faja", agregó Hernández. "¿Por qué?", quiso saber Fondebrider. "Porque sí", dijo con lógica irrefutable Hernández.

"A Alfonso también lo veo de blanco. Al Motoquero, de borravino. Al Cabezón, de rojo y blanco. A Bielorai, rojo. El Lindo, en cambio, sería el único elegante, como siempre". "¿Y Diego", quiso saber Fonde. Se la perdía porque lo mandaban a cubrir a Damas Gratis en la Casa Rosada.

"Qué lindo sueño", dijo Fondebrider entre bostezos. "¿Por qué no te lo anotás para no olvidártelo?". "¿Sabés que tenés razón", dijo Hernández y se sacó el lápiz que siempre guarda por las dudas detrás de la oreja, le chupó la punta y se puso a buscar papel.

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