miércoles, 10 de febrero de 2016

El grotesco sesenta aniversario de la Académie du Jazz en el Theatre Chatelet

La Académie du Jazz es una institución francesa, fundada en 1955, que se presenta a sí misma como "barómetro de la vida del jazz en el plano nacional (y, en buena medida, también intenracional) y  un instrumento de promoción tal como lo desearon sus fundadores". Desde sus orígenes tuvo como presidentes a André Hodeir, Maurice Cullaz, Claude Carriere y Francois Lacharme, quien va por su segundo mandato.

Entre otras cuestiones, todos los años entrega una serie de premios entre los que destacan el Django Reindhardt (que se otorga al músico francés del año), el Gran Premio de l'Académie du Jazz (para el mejor disco del año), el Premio del Disco Francés (para el mejor disco grabado por un músico francés), el Premio al Músico Europeo (recompensa que se concede por la totalidad de una obra y por la actividad reciente de un músico), el Premio a la Mejor Reedición o al mejor disco inédito, el Premio al Jazz Clásico, el Premio al Jazz Vocal, el Premio al Soul, el Premio al Blues y el Premio al Libro de Jazz del año.

Tantos premios son entonces ideales para un festejo, y en el caso de este año de aniversario redondo, para una gala en la que participaron una serie de figuras fundamentalmente francesas, premiadas en años anteriores. La celebración se llevó a cabo en el Theatre Chatelet, una de las grandes salas municipales dedicadas a la música en París. Fue el lunes 8 de este mes, en un teatro no tan lleno como seguramente esperaban los académicos.

Hubo un discurso de Francois Lacharme, quien, de riguroso traje, dijo que observaba con agrado que las polillas no se lo hubieran comido, dando así a entender lo informal que era en su vestimenta habitual. Luego, claro, se refirió a los muchos y variados sponsors de la velada y a los muchos contribuyentes a las arcas de la Académie, entre los que figuraban poderosas empresas nacionales como la Fondation BNP Paribas, FIP, las asociaciones recaudadoras como la SACEM y SPEDIDAM, el Instituto Goethe, la alcaldía de París y el Ministerio de Cultura y Comunicación de Francia.

Foto: J.F.
El espectáculo se dividió en dos partes, con un prolongado entreacto un tanto inexplicable. En la primera parte hubo una suerte de supergrupo de laureados por la Académie: René Urtreger en el piano (laureado 1961), Eric Le Lann en trompeta (laureado 1983), Airelle Besson en segunda trompeta (laureada en 2014), Stéphane Guillaume en saxo tenor (laureado en 2009), Pierrick Pedron en saxo alto (laureado en 2006), Geraldine Laurent  en saxo alto (laureada en 2008), Henri Texier en contrabajo (laureado en 1977) y Simon Goubert en batería (laureado en 1996). 

Geraldine Laurent
Luego de un tema en piano solo a cargo de Urtreger, el inusual grupo se dedicó a tocar standards, fundamentalmente identificados con el bebop, alternando grupos con todos los integrantes de la banda y participaciones solistas, y otros grupos más chicos, compuestos como tríos, cuartetos y quintetos. Dejando de lado la calidad de Urtreger y el inmenso trabajo de Texier, corresponde destacar a una asombrosa Geraldine Laurent (nacida en 1975, frecuente colaboradora de Aldo Romano), que, con un manejo urgente del instrumento, acusaba una fuerte impronta parkeriana y rezumaba modernidad, destacándose por encima de sus colegas, acaso más experimentados, Y esa primera parte fue, decididamente, lo mejor del show.


La segunda parte fue precedida por el palmares de este año. Empezó con la propia Geraldine Laurent, quien ganó con At Work, la categoría de disco de jazz francés del año. En {el también tocan  Paul Lay (piano), Yoni Zelnik (contrabajo)  y Donald Kontomanou (batería).

Asimismo, se mencionó que el ganador al disco del año fue Fred Hersch por Solo, editado por Palmetto y, a estas alturas, ya en Minton's. Se sumó a esto The Complete Concert By the Sea, de Erroll Garner, como mejor reedición del año.

Paul Lay
La premiación incluyó también al mejor músico europeo y el premio recayó en el inglés John Surman, quien además de agradecer, dijo sentirse especialmente nervioso porque siendo un rosbiff (nombre peyorativo que los franceses usan para referirse a los británicos), ahora se sentía muy responsable de lo que fuera a tocar.

El premio al mejor jazz clásico le  tocó a André Villéger, pianista de la Duke Orchestre, quien agradeció y se retiró rápidamente. Se mencionó asimismo que el premio de jazz vocal corresponía a la ultrapromocionada Cécile McLorin Salvane, y que el libro de jazz del año había sido Lady in Satin, de Julia Blackburn. Y llegó el turno del premio Django Reinhardt, que fue para Paul Lay, un muy joven pianista a quien se invitó a tocar y quien ofreció una versión verdaderamente circense de "Tea for Two", exagerada, ampulosamente virtuosa y del todo olvidable, pero que levantó una ovación del auditorio.

Foto: J.F.
Terminada esa parte, apareció la Duke Orchestra, dirigida por un histriónico Laurent Mignard. quien, para los amantes de este tipo de datos, se formó con Eric Schultz, Jean Gobinet, François Théberge, Albert Mangelsdorff, David Liebman, Bill Dobbins, David Angel, François Jeanneau y Jean Michel Bardez. Desde 2003 dirige la formación con la que se presentó, enteramente dedicada a la música de Duke Ellington, la cual, como si se tratara de una versión big band de Danger Four (los uruguayos que imitan a los Beatles hasta en sus menores detalles), se ocupa de copiar el estilo histórico de cada una de las formaciones ellingtonianas, con instrumentistas virtuosos que suenan a Paul Goncalves, Harry Carney, Ben Webster, etc. Así, con Villéger en el piano, pasó por cada uno de los distintos momentos de Ellington, animando al público cuando el fragmento así lo indicaba, a que acompañara batiendo palmas. 

John Surman como solsia              Foto: J.F.
Digamos que un tema así estaba bien. Dos también. Tres empezaba a cansar. Por eso, al cuarto tema, el director llamó a John Surman. Y entonces cambió todo. Le tocó interpretar en soprano"Passion Flower". Lo hizo con una larga introducción muy similar a esos largos coros de sus discos y poco a poco entró la orquesta para tratar de seguir el arreglo original, que Surman obligó a cambiar haciendo que, finalmente, el ensamble sonara a algo distinto que a un disco de hace sesenta años. Fue, claramente, el mejor momento de la orquesta. 

De vuelta al Ellington de los discos y a los distintos solos, ahora copiados a Johnny Hodges, Cat Anderson y curiosamente a Sam Woodyard, cuya batería fue presentada --sí, el lector está leyendo correctamente-- como si el espíritu de su primer dueño (ahora es propiedad de la orquesta) estuviera presente en espíritu. 

Y vino un segundo invitado. En este caso, el semiretirado Jean-Luc Ponty, que no tocó Ellington sino temas propios, arreglados especialmente para la orquesta. Y hubo un tercer invitado, un tal Sanseverino, quien pretendió hacer un número cómico de scat, que resultó absolutamente horrible, aunque tal vez apropiado a la curiosa idea que los franceses tienen del humor.

En suma, una noche grotesca, con buenos momentos (pocos) y un autobombo perfectamente compatible con aquellas veladas inolvidables presididas por el extraño Alejandro Romay cuando era dueño de Canal 9. 



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