viernes, 20 de mayo de 2016

The Bad Plus con Joshua Redman en el Teatro Coliseo, por Diego Fischerman



“La agrupación integrada por Ethan Iverson, Reid Anderson y David King vio potenciadas sus virtudes habituales con el aporte del saxofonista, que se incorporó como una figura más”, anuncia la bajada del artículo de Página 12 de hoy, publicado por Diego Fischerman, quien cubrió el show de The Bad Plus con Joshua Redman en el Teatro Coliseo, el pasado miércoles 18 de mayo.



Otro lujo para un engranaje virtuoso


Es posible que no haya mayor grado de concentración y gradación de la energía que el logrado por el trío The Bad Plus junto al saxofonista Joshua Redman en el comienzo de su extraordinaria presentación en Buenos Aires. El tema era “Love is The Answer”, incluido en el primer disco del grupo, de 2001. Unos acordes del piano, casi un ostinato y siempre, como suele serlo en los temas compuestos por el contrabajista Reid Anderson, con algún elemento inquietante en una serie aparentemente previsible. Y los exactos comentarios del contrabajo y batería, nunca ceñidos al papel de “base”. Y Redman que fue agregándose –y trabajando sobre la idea de agregación– de una manera magistral. Y todo ello, hasta el mismo final, en pianísimo. Casi en susurros. Al borde de una explosión tan demorada como perfecta.

El trío es uno de los grupos más originales entre los surgidos en el siglo XXI. Pero esa singularidad está lejos del mero exotismo, de la rareza o de la fórmula ilusoria que resultaría de la suma improbable de un pianista y un contrabajista de jazz más un baterista atípico para el género. Es cierto que David King es responsable de una parte sumamente presente del genoma de The Bad Plus. Y que, aunque maneja los recursos de un baterista de jazz no toca como él. Pero no lo es menos el tratamiento del sonido de Ethan Iverson, capaz de conseguir una saturación y una densidad únicas, y un manejo de la armonía que trasciende en mucho las reglas fijadas por los herederos inmediatos del bop. En todo caso su enciclopedia –y la del trío– incluye tanto el legado del jazz como el de la experimentadores con la masa sonora, a la manera del compositor Edgar Varèse o de su gran traductor al campo de las tradiciones populares, Frank Zappa. La prosapia del trío, por otra parte, no es ajena al jazz en absoluto pero hay que buscarla por el lado del de Ahmad Jamal, es decir de esos tríos “arreglados”, que ponen en tela de juicio la idea de solista y acompañamiento. Eventualmente, en The Bad Plus la interacción y el ajuste se convierten en materiales esenciales.

El encuentro del trío con Joshua Redman, un saxofonista de virtuosismo asombroso, capaz de saltar de los sobreagudos a los graves extremos con la más absoluta fluidez y con una riqueza de recursos de articulación y fraseo altamente infrecuente, potencia, de alguna manera las características habituales del grupo: la sorpresa, el trabajo consciente sobre el timbre (el sonido o, mejor, los sonidos de Iverson, gracias a un uso impactante de los pedales), una batería que jamás pierde de vista el papel melódico, un manejo exquisito de los matices. Y, sobre todo, de algo que bien podría ser el plus que el trío lleva en su nombre: una soberbia utilización de la tensión. En su música jamás hay una única línea de significado. Si el piano plantea una serie modal casi aérea, la batería o el saxo se ocuparán, como en el fantástico “The Mending”, de presentar otros elementos. La música será el resultado de esa combinación de voces contradictorias, o complementarias. Ninguna por separado sería capaz de dar cuenta de lo que cada tema es.

Tal vez en “Beauty Has It Hard”, el tema que cerró el concierto, donde una melodía atonal se sobreimprime a un espíritu casi de himno religioso, sea donde este modelo aparece de manera más evidente. Parece una obviedad pero si resulta imposible pensar a The Bad Plus de otra manera que como un grupo en que cada una de las partes resulta imprescindible, el disco con Joshua Redman (The Bad Plus Joshua Redman, publicado por Nonesuch) y su luminosa presentación en vivo en Buenos Aires incorporan con naturalidad al cuarto elemento. Lejos de la figura del invitado estelar, Redman se integra como una pieza más –e igualmente irremplazable– de un engranaje virtuoso. En la actuación porteña fue también esencial el muy buen sonido (aunque el piano, bastante baqueteado, dejó bastante que desear) y no desentonó, por su parte, la presentación del grupo local Klak, abriendo el juego con composiciones interesantes y un muy buen desempeño del vibrafonista Fabián Keoroglanian y el saxofonista Santiago Kurchan.


lunes, 16 de mayo de 2016

Santiago Giordano entrevista a Joshua Redman

Santiago Giordano publicó hoy en Página 12 la siguiente entrevista con Joshua Redman, quien se presentará el miércoles próximo con The Bad Plus en el Teatro Coliseo.

“Quiero mantenerme en un estado de experimentación y búsqueda”

Todo comenzó, como tantas cosas en el jazz de las últimas tres décadas, en el escenario del Blue Note. Era 2011 y The Bad Plus, uno de los grupos más creativos de jazz de entonces y ahora, invitó a Joshua Redman a compartir una serie de actuaciones en el acreditado club neoyorquino. La química hizo lo suyo enseguida, y a partir de entonces, las colaboraciones entre el trío y el saxofonista se tornaron cada vez más frecuentes, hasta llegar recientemente a un disco. Y a una gira internacional, que los trae a Buenos Aires para mostrarlo. The Bad Plus-Joshua Redman se llama el trabajo que presentarán el miércoles a las 21 en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125). “Cuando nos juntamos por primera vez ninguno de nosotros tenía idea de que este sería el comienzo de tan largo y profundo encuentro –comenta Redman en diálogo con Página/12–. Aquella vez, sólo fui y toqué, lo mejor que pude; lo tomé como un premio inesperado y me dediqué a disfrutarlo. Pero inmediatamente sentimos, tanto ellos como yo, que había algo allí. Alguna clase de conexión que teníamos que desarrollar. Entonces comenzamos, naturalmente, a tocar más y más seguido en los últimos cinco años. Llegó un punto en que dijimos: ‘Ok, sería hora de hacer un disco juntos’. Y bueno, aquí estamos, y así seguimos”.

Calidez e inmediatez podrían ser algunas de las características del sonido de Redman, saxofonista de los más celebrados de las últimas generaciones de jazzistas, heredero de la línea Sonny Rollins y dueño de una personalidad versátil, que le permitió pasar por las más variadas experiencias: probar distintas formaciones y fusionar tendencias sin moverse de su centro, que en el fondo delata una raíz bop y alrededores, sostenida por una técnica notable. En su discografía hay trabajos muy distintos unos de otros, como por ejemplo Wish (1993), en cuarteto con Pat Metheny, Charlie Haden y Bill Higgins; y Elastic (2002), con Sam Yahel en órgano Hammond, además de Bashiri Johnson en congas y Brian Blade en percusión. O, más acá en el tiempo, el sofisticado Walking Shadows (2013), con arreglos para cuerdas y la participación, entre otros, de Brad Mehldau; y el más caliente Trios Live (2014), que recoge tomas en vivo con dos tríos distintos en los que se alternan el baterista Hutchinson y los contrabajistas Matt Penman y Reuben Rogers. “Para mí es muy importante poder mantenerme en un estado de experimentación y búsqueda”, afirma el saxofonista que regresa a Buenos Aires.

–¿Qué conoce de la música argentina?
–No conozco mucho, me interesaría conocer más. Pero sí conozco un músico argentino que admiro, Guillermo Klein. Es un gran compositor.

Este encuentro con The Bad Plus inaugura para Redman otra etapa de su itinerario estético. El trío integrado por Ethan Iverson en piano, David King en batería y Reid Anderson en contrabajo, a su modo, también se caracteriza por cierta iconoclastia, por la particular manera a la que se asoman al rock, al pop e incluso a la música académica, sin dejar de resguardarse en la poderosa tradición del trío y en un sonido propio. “Para mí, definitivamente, The Bad Plus es el grupo más importante y original de los últimos quince años en el jazz”, asegura Redman.

–¿Qué fue, concretamente, lo que le atrajo de The Bad Plus para actuar con ellos?
–Varias cosas, pero fundamentalmente su sonido. La filosofía de The Bad Plus fue encontrar un sonido de grupo. Eso no es muy común en la escena del jazz actual. Y eso me atrajo mucho de ellos. Es un punto de partida diferente para aproximarse al jazz. El modo en que interactúan, el modo en que plantan el grupo, el modo en que exploran al máximo los talentos individuales siempre en función de ese sonido grupal, es algo superador. La atracción, sin dudas, pasó por ahí. Ellos tienen un sonido muy original. Desde el principio de la banda, se comprometieron para fijar ahí la identidad del grupo. Pusieron más en el colectivo que en el lucimiento personal. Y tratándose de grandes músicos, lo que han logrado es muy grande. Se conocen muy bien entre ellos, por eso han desarrollado un lenguaje tan único. Ellos están orgullosos de haber desarrollado este sonido particular, esa fuerte personalidad del grupo, este vocabulario como banda. Y ésa es su fuerza. En definitiva, cuando se piensa en grupo, todos se suben al escenario y están completamente comprometidos, completamente compenetrados en esa música que es la del grupo. Y para mí, compartir una situación como esa, es lo más distendido y lo más liberador.

–¿Cómo se insertó usted en ese sonido?
–La conexión inmediata que se dio entre nosotros tiene que ver con que ellos están muy influidos por el legado de Ornette Colemann, entre otros grupos experimentales, y también por mucha música de mi padre (Dewey Redman). Entonces, parte de mi propia herencia musical es en común con ellos, son influencias que nos identifican.

–Pero tanto en The Bad Plus como en usted, esa visión de las vanguardias históricas del jazz es muy personal...
–Ni ellos ni yo le tememos a la simplicidad. A ambos nos preocupa buscar las maneras de establecer siempre una conexión interesante con el público. The Bad Plus tiene un acercamiento musical muy generoso, especialmente respecto del público. Aun cuando toquen música muy exigente, que podríamos llamar más abstracta, la tocan con una especie de mentalidad de servicio. Quiero decir, ellos quieren decir algo, y valoran a su público, valoran la comunicación con su público. Y eso es algo que yo también valoro. Ahí se da otro gran punto de conexión entre nosotros. Digo esto porque creo que hoy en día hay mucha música de jazz que suma complejidad a la complejidad, y ahí hay un problema para comunicarse con el que te está escuchando. ¿Estás tocando realmente para ese otro, o estás tocando para superar lo que se presenta complejo, sentir que lo lograste y escucharte vos mismo?

–¿Qué cree que su sonido le aportó a The Bad Plus?
–No lo sé, ¡eso pregúnteselo a ellos!

–¿No han conversado sobre eso?
–No, nosotros solo tocamos. Pero bueno, evidentemente si han querido seguir tocando conmigo, es que sienten que algo les aporto. Pero en definitiva supongo que se trata de lo mismo que siento yo hacia ellos: nos encontramos en una manera común de entender y sentir la música.

–¿Siente que este trabajo conjunto es el de un trío más un saxofonista o es un cuarteto?
– Creo que es un cuarteto, ahora es un grupo. Tal vez cuando comenzamos tocando cada tanto era más un esquema en el que yo me sumaba a ellos, pero ahora, especialmente después de que hicimos este disco, con música nueva, pensada y compuesta para esta ocasión, realmente lo siento como un grupo. Y cada vez más.

–Ha nombrado a su padre, Dewey Redman, un saxofonista tenor fundamental en el desarrollo del jazz moderno. ¿Qué le transmitió él musicalmente?
– Yo no crecí con él. Yo me crié con mi madre (la bailarina y bibliotecaria Renee Shedroff). Pero crecí con la música de mi padre, con sus discos, entre los de otros que también admiro. Entonces sí, fue una influencia para mí como músico. No como padre, porque no llegué a conocerlo bien. Lo veía muy cada tanto, él vivía en Nueva York y yo crecí en California. Luego, ya grande, me mudé a Nueva York y empecé a establecer alguna relación con él. Para entonces, claro, yo ya tocaba el saxofón. Y toqué en su banda un par de años cuando llegué allí. Esa fue una gran oportunidad de tocar música con él, porque era tomar clases magistrales continuamente. Y también de conocerlo un poco más.

– En algún momento de su vida usted tuvo que elegir entre estudiar abogacía o música. ¿Qué lo llevó a elegir la música?
–Cuando terminé la escuela, tenía la idea de seguir la carrera de Derecho. No diría que sentía pasión por las leyes, pero en ese momento había que elegir una carrera académica, no tenía muy claro qué hacer y ese fue un camino posible. Pero ocurrió que durante ese año, luego de terminar el colegio, comencé a tocar y tocar música. Por primera vez en mi vida estaba tocando como cosa prioritaria en mi vida, toqué mucho. Me fui a Nueva York, en ese entonces por seis meses, y tuve la oportunidad de conocer mucha gente, tocar en muchos lugares, y tocar con algunos de los más grandes músicos. Estaba tocando con mis héroes y también con músicos de mi generación, y estaba viendo que era capaz de hacerlo, y que me hacía feliz hacerlo. Con lo cual la elección al final resultó natural. Porque entonces me enamoré de la música. La música entró en mi vida, y fue para siempre.

–¿Cómo fue su formación musical? ¿Se formó más en las escuelas, en los escenarios o en los estudios de grabación?
–Nunca estudié música formalmente, no fui a una escuela, no tuve maestros. Pero considero mis maestros a los músicos que escuché. Todos los grandes músicos del pasado me inspiraron, así como todos los grandes músicos con los que tuve la oportunidad de tocar. Los músicos con los que sigo tocando, todos los días, son mis maestros. Los muchachos de The Bad Plus son mis maestros. Estoy siempre aprendiendo y siempre dispuesto a aprender.

–Más allá de este encuentro con The Bad Plus y sus múltiples experiencias, ¿cuál es la formación con la que se siente su música, que su saxo funciona mejor?
–The Bad Plus es obviamente para mí un gran grupo para tocar, pero he estado en muchos otros grupos y formaciones: mi propio cuarteto, con tríos, con muchos músicos fantásticos. Con Brad Mehldau tenemos un disco por salir, por ejemplo. Lo hicimos hace algunos meses y estará para mediados de este año. Fue una colaboración fantástica, un gran momento para mi música, una gran oportunidad de expandir formas. Siempre estoy haciendo diferentes cosas, con diferentes músicos, y disfruto cada situación musical. Trato de encontrar la forma de contribuir a cada situación musical, a cada posibilidad. La mayoría de las situaciones musicales de las que participo, son para mí grandes canales de expresión y creatividad. Cada una es diferente, no hay una mejor que la otra.

–¿Qué futuro imagina para la música artística en un mundo como el de hoy?
–Oh, no lo sé. La música artística siempre nos circunda, los músicos siempre han estado alrededor de ella. Siempre habrá un público para eso. Creo que los músicos en general, y los de jazz en particular, tenemos grandes desafíos hoy. Algunos de esos desafíos tienen que ver con cambios en el negocio de la música, especialmente en la industria del disco. Otros desafíos tienen que ver con la manera en que la gente recibe información hoy, el lugar que ocupa hoy el entretenimiento, el lugar que ocupa el arte y la música. Vivimos en una cultura de superficie, de lo instantáneo, en la que es fácil que se nos pasen las cosas importantes aunque las tengamos al lado, porque estamos muy fácilmente ocupados en otras cosas. Todos estos son desafíos. Pero, al mismo tiempo, siempre habrá música artística, siempre habrá grandes músicos, y siempre habrá público para ellos.