jueves, 30 de junio de 2016

¡Ches Smith, Craig Taborn y Mat Maneri hoy en el CCK!

El siguiente artículo, publicado sin firma en el diario Página 12 de hoy, da cuenta de la presentación que hoy realizará el trío conformado por Ches Smith, Craig Taborn y Mat Maneri en el Centro Cultural Kirchner y también adelanta parte de la programación de este año en esa misma institución. En la bajada se lee: “El grupo, conformado no sólo por tres virtuosos sino por músicos de gran apertura y riqueza de horizontes, presentará el material de una de las mejores ediciones en lo que va del año, The Bell, publicado por el sello ECM. El trío también ofrecerá una clase magistral”.

Para quienes todavía lo llaman jazz

“Todavía lo llaman jazz” fue el título de uno de los mejores programas radiales dedicados alguna vez a ese género. Lo conducía Jorge Andrés, que había sido crítico de la revista Análisis y del diario La Opinión. Y treinta años después, la formulación sigue vigente. Algo hay, en esas músicas desafiantes, muchas veces resistentes a las clasificaciones y con certeza incómodas para cualquiera que piense que las músicas son inmutables, que hace que esa pequeña palabra, surgida hace más de un siglo, continúe teniendo significado. Y hoy a las 20, en el Centro Cultural Kirchner, la actuación del notable trío del baterista Ches Smith, el pianista Craig Taborn y el violista Mat Maneri, será una de las mejores ocasiones posibles como para comprobarlo.

El grupo, conformado no sólo por tres virtuosos sino por músicos de gran apertura y riqueza de horizontes, presentará el material de una de las mejores ediciones en lo que va del año, The Bell, publicado por el sello ECM. Y además dará una clase magistral mañana, de 17 a 19 horas, en el mismo centro cultural y también con entrada gratuita. Smith, percusionista de los grupos de John Zorn, Wadada Leo Smith, y del Snakeoil de Tim Berne, entre muchos otros, es posiblemente uno de los músicos más reconocidos por sus colegas y, al mismo tiempo, con un perfil más bajo para sus oyentes. De hecho este trío, junto al excelente grupo These Arches –donde tocan la guitarrista Mary Halvorson y el saxofonista Tony Malaby– es uno de los escasos proyectos en que su nombre figura al tope del cartel. Taborn, uno de los pianistas más importantes de su generación, y Maneri, que con un instrumento atípico para el jazz como es la viola, ha sido compañero de ruta de artistas como Cecil Taylor, Matthew Shipp, Paul Motian, Gerald Cleaver, Berne y Michael Formanek, inteactuan con Smith en una música con un fuerte sesgo experimental donde se integran células repetitivas, un exquisito manejo de los silencios y un especial énfasis en las texturas.

La actuación del trío forma parte de una muy buena programación que ya ha contado con las presencias del contrabajista Devin Hoff y el clarinetista Ben Goldberg y que incluirán las visitas de Tim Berne (el 24 de septiembre) y de la genial pianista Marilyn Crispell (el 5 de noviembre). Más allá de algunas presencias inexplicables en el área curatorial, y de una retórica tan injustificada como antiestética, empeñada en borrar todo signo de la gestión gubernamental que creó y puso en funcionamiento el centro, por la cual Kirchner se llama CCK, la Ballena Azul es la Sala Sinfónica, los conciertos son “contenidos federales” y los funcionarios se deleitan con palabras como “sinergiar”, el Kirchner ha encarado una tarea mayor en el campo del jazz, dando una participación de importancia a los músicos argentinos y a la tarea docente, capitaneados por el gran pianista Ernesto Jodos, quien es además el director de la carrera de jazz en el Conservatorio Manuel de Falla. En julio estarán presentes, por ejemplo, Manuel Ochoa y Pepi Taveira Cuarteto, Adrián Iaies y Jorge López Ruiz Cuarteto y el pianista cordobés Eduardo Elía. También continuará, todos los miércoles a las 19, Jazz, ciclo de compositores, dedicado a la difusión de nuevas composiciones, donde actuarán el trío de Guillermo Romero, el del contrabajista Hernán Merlo, Juan Carlos “Mono” Fontana y el trío del saxofonista Ricardo Cavalli. Otra de las actividades importantes es el ciclo Residencias Jazz, que vincula a estudiantes argentinos del género con grandes maestros norteamericanos, y que se realiza en colaboración con la Embajada de los Estados Unidos. Con la curaduría de Jodos, la dinámica de los encuentros consiste en la interacción del maestro invitado con los ensambles de estudiantes de la Carrera de Jazz del Conservatorio Superior Manuel de Falla, encuentros que culminan con una presentación conjunta en el Centro Cultural Kirchner.


miércoles, 29 de junio de 2016

Nuevo álbum de Pat Metheny comentado por Diego Fischerman

“Con su grupo –aquí ampliado– aúna el viejo espíritu de los cuartetos y el estilo más desembozado de sus proyectos más abiertamente jazzísticos”, escribe Diego Fischerman en Página 12 de hoy, a propósito del último disco de Pat Metheny.

 

Sutileza e intensidad


Mucha música –o mucho de lo que el ser humano hace sobre la Tierra– no llega a acercarse a lo que se enuncia. Y, para peor, muy pocos, empezando por el propio artista, perciben esa diferencia. Por fortuna, existe, también, lo contrario. Aquellos que hacen grandes obras a partir de declaraciones pequeñas. Borges, y sus aparentemente insignificantes cuentos de cuchilleros o de sueños y de espejos, es un ejemplo inmejorable en el campo de la literatura. Y tal vez no haya mejor encarnación posible, en el terreno del jazz, que Pat Metheny. Muy pocas veces, en todo caso, tanta técnica, tanto buen gusto y tanta elaboración rítmica y contrapuntística está puesta tan al servicio de la facilidad. De la supuesta falta de grandes aspiraciones. En pocas músicas, en todo caso, la complejidad de factura es un vehículo tan natural para la sencillez de lo que se escucha.

Unity Sessions es su nuevo disco para el sello Nonesuch, con el cuarteto con el que, de alguna manera, aúna el viejo espíritu de los cuartetos con Lyle Mays en los teclados y el estilo más desembozado de sus proyectos más abiertamente jazzísticos, incluyendo el extraordinario –y posiblemente subvalorado– Song X que grabó junto a Ornette Coleman. Chris Potter en saxo tenor y soprano, clarinete bajo y flauta, Antonio Sánchez en batería y cajón y Ben Williams en contrabajo y bajo eléctrico conforman el núcleo del grupo. No es un dato menor que Metheny incluye en un saxo en la banda por primera vez desde sus grabaciones con Michael Brecker y Dewey Redman, para el disco 80/81. Y se agrega además un quinto elemento, uno de esos músicos multifuncionales –como alguna vez fue para él Pedro Aznar– que tanto le gustan, Giulio Carmassi, quien toca piano, fluegelhorn y sintetizador, canta y, como si fuera poco, también silba.


La idea del disco, que es en rigor la banda de sonido de un video que se editó conjuntamente, fue alquilar un teatro al final de una gira, montar allí un estudio de grabación y cerrar el capítulo con un registro de lo que allí había sucedido musicalmente –y de lo que sucede cuando una banda de grandes músicos lleva un tiempo tocando juntos–. Algún antiguo tema –el bellísimo “Two Folk Songs 1”, que abría 80/81–, una notable zapada alrededor de “Cherokee” y una mayoría de temas de Kin, el álbum que habían presentado en la gira, deja lugar para el lado más introspectivo de Metheny, con puntos altísimos como “Adagia” y un medley casi íntimo, donde enhebra varios de sus temas ejemplares: “Phase Dance,” “Minuano (Six Eight)”, “This is Not America “ y “Last Train Home”. Más allá de que varias de las composiciones están incluidas en el disco anterior, la intensidad, la sutileza, la interacción de Metheny coon cada uno de los otros integrantes pero, sobre todo, con Potter y Sánchez, hacen de estas “sesiones” un umbral a tener en cuenta. La originalidad del cuarteto –esta vez ampliado– es, por otra parte, juntar con fluidez las dos caras del músico. Tanto el garage americano, con sus inflexiones folkie, ese rasguido que Metheny incorporó al mundo del jazz, e incluso las rítmicas latinoamericanas que le vienen de su enamoramiento por Brasil y, también, el diálogo creativo con la tradición del bop, es decir todo eso que, a falta de palabras mejores, se sigue llamando jazz moderno.

miércoles, 1 de junio de 2016

Jonio González se interna en un laberinto con los ojos cerrados

Los lectores de este blog ya saben quién es Jonio González y cómo escribe; están igualmente enterados de su pasión por el detalle y su voluntad de hacer una bandera de todas las causas perdidas. Por lo tanto, esta investigación completamente demente sobre la historia de una canción, previamente publicada en Cuadernos de Jazz, no los va a decepcionar.

Las vueltas de una canción

Intentar averiguar los orígenes de una canción popular equivale, a menudo, a internarse en un laberinto con los ojos cerrados. La tonada anónima tiene de pronto compositor con nombre y apellido. La melodía inspiradora resulta ser hija y no madre, o al revés. El camino de ida es el camino de vuelta, y a veces el jazz una parada intermedia.

Barbez
Hace pocos años, en 2007, cayó en mis manos Force of Light (Tzadik TZ 8119), de Barbez, un grupo de lo que se ha dado en llamar avant rock o post rock (una suerte, en definitiva, de rock progresivo pasado por diversos tamices y que suele asociarse al jazz de vanguardia) del que lo desconocía todo salvo que John Zorn había puesto el ojo en él, lo cual suscitaba en mí, más que confianza, una esperable curiosidad. Lo de que se incribiría en la corriente de la música radical judía lo daba por hecho, pero aun así me sorprendió, y emocionó, escuchar la voz de Fiona Templeton recitando poemas de Paul Celan, entre ellos el estremecedor Shibboleth, de De umbral en umbral (“Pon tu bandera a media asta, recuerdo. A media asta el día de hoy y siempre”). Por lo demás, la propuesta musical de Dan Kaufman (guitarrista, productor y compositor de todos los temas), Dan Coates, Danny Tunick, Peter Hess, etc., me parecía sumamente inspiradora. Decidido a investigar un poco, recalé en su segundo disco, homónimo como el primero y lanzado en 2004 por Important Records (imprec036). En él la impronta klezmer es menor: composiciones de Brecht y Weill, canciones populares rusas, vodevil, menos preocupación por elaborar atmósferas (principal característica de Force of Light) que por pulir arreglos. Luego, como demasiado a menudo ocurre, el entusiasmo decreció y mis oídos fueron en busca de nuevos sonidos o a refugiarse en los sonidos conocidos.

No obstante, es sabido que el pasado siempre vuelve, y en lo que atañe a mi relación con Barbez lo hizo, a finales de 2013, en la forma de su último disco, Bella Ciao (Tzadik TK 8180). En él Kaufman se  inspira en las escalas y melodías tradicionales judías propias de Italia (y más concretamente de Roma), donde esta comunidad, que no llegaba a los cuarenta y cinco mil individuos, fue perseguida, deportada, asesinada. Y lo hace tras entrar en contacto con el etnomusicólogo Leo Levi y, sobre todo, con Elio Piattelli, que han dedicado una parte importante de sus esfuerzos a conservar la tradición oral judía italiana, incluida la musical. El disco, que recoge poemas, recitados nuevamente por Fiona Templeton, de Alfonso Gatto (“Un ser humano grita, luego nada, sólo la nieve...”) y Pier Paolo Pasolini, destila dolor, melancolía, gravedad, solemnidad incluso, pero también energía, como si de tanto sufrimiento también pudieran extraerse fuerzas.  Y una parte importante de esa energía la reflejan las alusiones a la resistencia partisana, la principal de las cuales, naturalmente (al menos en principio), es la canción que da título al álbum, en una interpretación estremecedora de Dawn McCarthy.

Yo no conocía otra versión jazzística de Bella ciao que la profundamente melancólica de Giovanni Mirabassi en Avanti! (Sketch SKE 333015), y es cierto que la de Bartez, gracias en buena medida al clarinete de Peter Hess, imprimía a la melodía unos acentos klezmer que, dado el contexto, parecían lógicos. Y ahí quedó la cosa: otro bello e interesante disco del grupo que lidera Kaufman y una muestra más de las inquietudes llamémoslas raigales de éste. Con un merecido recuerdo a los luchadores por la libertad.

Tiempo después, sin embargo, topo con una preciosa versión de Bella ciao a cargo de la gran Lucilla Galeazzi. Y el sin embargo viene a cuento de que de pronto Paolo Rocca se hace cargo de un solo de clarinete en el que parece concentrarse toda la tradición de la música judía. ¿Meras casualidades melódicas?  Tal vez. O tal vez no.


UN POCO DE HISTORIA
Bella ciao, como suele ocurrir con las canciones populares, tiene un origen incierto. Quizá, por la letra, éste se encuentre en Fior di tomba, o, por la estructura, en una canción infantil, La me nòna l'è vecchierella, las cuales habrían dado paso, hacia finales del siglo XIX, a Alla mattina appena alzata, o Lavoreremo in libertà, o, para añadir un poco más de confusión, Bella ciao, que cantaban las jornaleras que trabajaban en los arrozales del valle del Po y cuya letra ya reclamaba justicia (“Ma verrà un giorno che tutte quante lavoreremo in libertà”). Considerada por todo el mundo el himno de los partisanos, Bella ciao se apropió de Alla mattina..., alguien (hay quien sostiene que el más tarde periodista Enzo Biagi) modificó su letra y acabo convertida en un himno internacional contra la opresión (algunos incluso creen saber el nombre de su autor: el campesino y partisano Vasco Scansani, de Gualtieri, Reggio Emilia, y hasta la fecha en que la escribió: 1951).

Sin embargo, no siempre fue así. Es cierto que se trataba de una canción de la resistencia italiana, pero sólo en el centro de Italia, en el Lazio, Abruzzo, la Emilia, y entre los años 1944 y 1945, y ni siquiera fue la preferida de los partisanos, que en su mayoría al parecer se inclinaban por Fischia il vento, basada en una canción rusa (Katiuscia) de 1938 y con una letra que aludía claramente al imaginario comunista (“Conquistar la roja primavera”, “El sol del porvenir”, etc.). Y, de acuerdo con el historiador Cesare Bermani, fue precisamente esta razón, y la necesidad de democristianos, socialistas y militares de consensuar un himno de lucha contra el invasor que, de paso, dejara fuera a los comunistas, lo que llevó en 1964, casi veinte años después de terminada la contienda, a los responsables de Il Novo Canzionere Italiano a presentar en Spoleto un espectáculo con el título Bella ciao, que se abría con la versión de las jornaleras y se cerraba con la de los guerrilleros, trasformándose así en un homenaje cantado a “la república nacida de la resistencia”. Es decir, la resistencia como reflejo de la unidad de los partidos en torno a la constitución republicana. Un ejemplo más, sencillo, directo, de que la historia, en el fondo, es una serie de inventos.


DEL LAZIO A NUEVA YORK PASANDO POR ODESSA
Lo que ciertamente no puede tacharse de invento es la grabación, en octubre de 1919, de una canción titulada Koilen por el acordeonista, gitano y cristiano, nacido en Odessa y dueño de un restaurante en Nueva York Mishka Ziganoff e incluida en Klezmer-Yiddish Swing Music (Forever Gold FG336, 2005). Como tampoco es un invento que Koilen se asemeja enormemente a Bella ciao, o a Alla mattina appena alzata, o quizá incluso a La me nòna l'è vecchierella. Por supuesto, Koilen es, a su vez, una reelaboración de una vieja canción yiddish, Dus Zekele Koilen (Una bolsita de carbón), de la que existen al menos dos registros, uno de 1921 por Abraham Moskowitz, y otro de julio de 1922 por Morris Goldstein, en el que la canción, con un principio idéntico al de Bella ciao, aparece con el título Dus Zekele mit Koilen y Abe Schwartz como autor de la letra (Victor 73277).

¿Cuál es, pues, el origen de Bella ciao? Resulta casi imposible saberlo. Por una parte, el folklore yiddish, según sus estudiosos, recibió múltiples influencias, tanto de las tradiciones musicales rumana y búlgara, como de la música árabe, la gitana, la provenzal. No es casual, en este sentido, que hasta el himno nacional de Israel, el Hatikvah, derive de una canción italiana del siglo XVII, La Montovana, compuesta por el tenor Giuseppe Caesi y recogida por Smetana en una de sus suites orquestales. Por otra parte, ¿es posible que una canción campesina pasara al acervo musical de un pueblo que no tenía derecho a poseer tierras? Evidentemente, sí, pues los intercambios, siquiera comerciales o de intercambio, tenía que ser múltiples, y por ello mismo no debe extrañar que esa melodía, en su nueva versión, llegase a Odessa o donde fuera que el bueno de Ziganoff y otros la escucharan. ¿Y lo contrario, esto es, que los campesinos italianos adaptaran para crear una canción infantil una melodía del folklore judío, con el que apenas tenían contacto? A priori, parece más difícil, entre otras cosas por el aislamiento cultural en que vivían, y eran obligados a vivir, los israelitas, por no mencionar que, en Italia, para mediados del siglo XIX estos, cuyo número no llegaba a cincuenta mil, estaban instalados casi exclusivamente en las grandes urbes, en especial Roma.

Modena City Ramblers
Como quiera que sea, judía o italiana, Bella ciao siguió andando, convertida ya en un himno emblemático a la libertad (en muchas ciudades europeas se entonaba en las manifestaciones contra la guerra de Iraq, nos recuerda Marco Toscano, un estudioso de sus orígenes). Puede escucharse en versiones tan distintas como las de Yves Montand, Mercedes Sosa, Milva o grupos que, como los Modena City Ramblers o Les Anarchistes, apoyan causas políticas alternativas. O como la de Goran Bregovic, que la agitana a voluntad. O como la de Nicoletta Umili, que acompañada por el acordeón de Tom Torriglia la descarna en busca de su esencia. O como la de Underground System, que combinan post punk con afro beat y funk al mejor estilo Fela Kuti.

Quién sabe, quizá dentro de unos años alguien busque de nuevo los orígenes de Bella ciao y llegue a la conclusión de que hay que buscarlos en el folklore yoruba. Será entonces cuando de nuevo alcance aquello que pregonaba Manuel Machado acerca de las coplas, que no son coplas hasta que las canta el pueblo, y que cuando el pueblo las canta ya nadie sabe su autor.


Barbez:

Lucilla Galeazzi
  
Misha Ziganoff