miércoles, 21 de septiembre de 2016

Brad Mehldau por dos, por Diego Fischerman

Diego Fischerman escribe en Página 12 de hoy sobre los dos últimos discos de Brad Mehldau. En la bajada que precede a la nota se lee: “Con su notable trío, y en dúo con el saxofonista Joshua Redman, respectivamente, el gran pianista lleva el arte de la canción a un punto de belleza y virtuosismo extremos.”

Esa vieja savia creativa

Alguien que llamó a sus primeros discos “El arte de la canción” algo quería decir al respecto. El jazz se basa, en gran medida, en canciones. Y, también, en subvertirlas. Y sus grandes músicos siempre tuvieron claro que una parte del juego implicaba necesariamente a la otra. Si hubiera alguna duda, allí está aquella famosa anécdota de Ben Webster, que interrumpió de golpe un solo, en una grabación, ante la sorpresa de todos, y argumentó que no podía seguir porque había olvidado la letra. Brad Mehldau, uno de los pianistas más importantes de la camada post Jarrett, ha hecho de esa tensión entre una estructura fija –y una cierta información afectiva– y las formas de hacerla elástica una de sus marcas de fábrica. Y en dos discos recién publicados –y ambos editados milagrosamente en la Argentina– lleva ese esquivo arte de la canción –y del jazz– a un punto de belleza y virtuosismo extremos.

En Blues and Ballads Mehldau se presenta con su notable trío, que completan Larry Grenadier en contrabajo y el baterista Jeff Ballard. En Nearness se trata de un luminoso dúo con el saxofonista Joshua Redman. El título remite a dos cosas. A una canción, la hermosa “The Nearness of You”, de Hoagy Carmichael y Ned Washington, que se estrenó en la película Romance en la oscuridad, de 1938 y se convirtió en hit dos años después, en la versión de la orquesta de Glenn Miller con Ray Eberle como cantante. Y, claro, a la indudable cercanía que une a los dos músicos. Mehldau fue el pianista del cuarteto de Redman e intervino en el álbum Moodswing, de1994, antes de comenzar su carrera como líder –más adelante volvería a hacerlo en Timeless Tales (for Changing Times), de 1998–. En 2010, Redman participó del disco Highway Rider, de Mehldau, y en 2013, el pianista tocó, fue uno de los orquestadores y produjo Walking Shadows, del saxofonista.

Pocas cosas son más fáciles, para un músico de jazz, que tocar un blues. Y pocas cosas son más difíciles que expresar algo interesante con él. Algo similar podría decirse de las baladas clásicas del género. Suelen ser tan perfectas en sí mismas, tan tentadoramente “fáciles”, que la dificultad reside es no arruinarlas. O, sin llegar tan lejos, en no poder decir a partir de ellas algo más que lo que la tradición ya ha construido. Y tanto en el disco en trío como en el dúo, parte del secreto del éxito es la exquisita interacción. Mehldau, un pianista que hace del acompañamiento –incluso cuando se acompaña a sí mismo– una voz con peso propio, jamás funciona en un solo nivel de significado.

Sus voces se entrelazan y, a la vez, se entrelazan con las de los músicos con los que toca. Es, a la manera de Oscar Peterson o John Lewis, un maestro sorprendente en conciliar el virtuosismo con el difícil arte de dejar espacios libres –y de crearlos para otros–. Y, en uno y otro disco, trabaja de manera precisa la idea de expansión. En Blues and Ballads, por ejemplo, una secuencia acórdica primaria, como la de “Since I Fell You” (I-IV-V, es decir apenas un acorde resolutivo, uno de tensión media y uno de tensión) se convierte en una exploración de más de diez minutos en la que no hay ni asomo de rutina o repetición. O “And I Love Her”, de The Beatles desemboca en un asombroso ejercicio de exprimentación rítmica.

Como Jarrett, aunque por otros caminos, la recurrencia a temas conocidos –en el caso de Mehldau no sólo los consabidos standards del género sino piezas de Radiohead, Beatles o Stufjan Stevens– es una manera de diferenciar figura y fondo. Es en el contraste con esos trazos reconocibles por la memoria donde se ponen en escena los microscópicos –y siempre sorprendentes– procedimientos de Mehldau. En Nearness, estos “fondos familiares” –un “Ornithology” que no se parece a ninguno anterior, donde las cascadas de notas se convierten en un material de naturaleza esencialmente distinto del de Parker; un “In Walked Bud” que relee a Thelonious Monk desde una jubilosa adivinanza con las acentuaciones– alternan con las composiciones propias, del pianista y de Redman. En unos temas y en otros, prima la creatividad. Esa vieja savia que, todavía, alimenta al jazz.


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